Inicio > Gente en sitios > Perfiles > Esmeralda Berbel y Greta Fernández: El amor después del amor
“Me abandonas dos veces, entre una y otra pierdo un puente; me duelen las rodillas y los nudillos de la mano derecha”. Esmeralda Berbel contó su separación del actor Eduard Fernández en un libro, ‘Irse’, que su hija, la actriz Greta Fernández, no consigue terminar de leer. Una catarsis que ya va por la quinta edición. Por Maricel Chavarría Fotos Outumuro
La escritora Esmeralda Berbel (detrás) posa con su hija, la actriz Greta Fernández, en el barrio gótico de Barcelona. Ambas viven lo que ellas llaman “un momento excepcionalmente creativo”.
Hay vidas que por mucho que insistan en ser ajenas se nos antojan de repente universales, cercanas, gemelas. Como si fueran un prisma que pudiera reflejar nuestra propia existencia cuántica. Y algo de eso ha conseguido la escritora Esmeralda Berbel (Badalona, 1961) al abocar en un diario personal –ese conciso y magnético Irse, editado por Comba– el viacrucis emocional que atravesó cuando su relación con el actor Eduard Fernández entró en crisis y tres años después acabó en divorcio. Habían pasado 25 años juntos y tenían una hija en común, la actriz y modelo Greta Fernández, la última musa de Isabel Coixet…
Esmeralda y Greta, Greta y Esmeralda. Al verlas llegar una piensa que no es extraño que Outumuro quiera fotografiarlas juntas. Esmeralda emana esa luz de quien ha superado el trauma y resurgido de sus cenizas, mientras que Greta tiene a sus 23 años el destello de la juventud certera, preparada para dar el salto al vacío. Además, madre e hija viven un excepcional momento creativo. No importa si para parte del público el interés en Irse radica en el hecho de que el hombre del que se separó Berbel es famoso. Va ya por la quinta edición. Ahora se está leyendo en Buenos Aires… “Es un libro que despega solo. También a mí me sorprende, pero tiene fuerza. Toda la que yo tenía para poder escribirlo la dejé allí”. Nos encontramos en el estudio de Manuel Outumuro, en el barrio gótico barcelonés. Esa mujer de mirada dulce y espíritu transparente ha venido andando. Vive en el barrio, en una casa demasiado grande para ella sola, dice, de manera que, ya desde antes de que Greta se independizase, la comparte con más gente. “¿No te queda muy aplastado el pelo?”, le pregunta su hija al verla salir de la sesión de peinado.
“¿Tu crees? A mí me gusta así”. Es la primera vez que las entrevistan juntas. Artísticamente tienen cosas en común. Greta escribe muy bien, y desde pequeña llevó un diario como hizo a su vez su madre. Dan ganas de preguntarles si alguna vez temieron que una leyera la bitácora de la otra.
“¿Lo leíste? Yo creo que no lo hiciste”, dice Greta mirando a su madre entre expectante y despreocupada.
“La verdad es que sí, lo hice en un momento en que te veía mal y no sabía qué te sucedía ni cómo ayudarte. Pero se me pasaron las ganas, igual que a mi madre cuando leyó el mío”. Ríen.
Greta está en ese momento dulce en que le comienzan a llover los personajes protagonistas o que requieren de un trabajo de fondo interpretativo. Rodó la serie Elsa y Marcela a las órdenes de Isabel Coixet, que estrenará Netflix, dando vida junto a Natalia Molina a la primera pareja de lesbianas que rompió moldes en una Galicia al albor del siglo XX. Y ahora prepara el largometraje La hija del ladrón, en la que coincide en el reparto con su padre.
“Al principio estaba un poco expectante con eso de trabajar juntos, y en cambio ha sido facilísimo. Él, claro, ya tiene el personaje por la mano, y yo aún estoy en proceso. Pero no he querido pedirle ayuda o consejo en este caso, estoy haciendo mi proceso en solitario”, comenta Greta.
Esmeralda, por su parte, sale curtida de la experiencia sentimental que relata en su libro.
“¿Una se cura escribiendo?”, le pregunto.
“La palabra curar es muy grande, nadie se cura escribiendo, pero poder leer ahora todo aquello que pasó es una suerte que agradezco muchísimo. Y se me hace extraño, pienso que ahora no sería capaz de hacerlo”, responde.
“El diario –añade– tiene la ventaja de que puedes escribir mal, es un placer escribir lo que pienso nada más abrir los ojos o lo que reflexiono al cabo del día. De manera que en la primera escritura era escribir por escribir, pero también hubo momentos en que me sentaba a hacerlo como quien se sienta a escribir poesía u otra cosa, por pura necesidad. Tenía esa voz saliendo de mí. Eso que a veces me sucede y es buenísimo aprovechar”.
Esmeralda Berbel ha tenido que esquivar las curiosidades malsanas… “Me han llegado a preguntar quién es él, cuál es el motivo real de esa separación que no cuento. Pero bueno, si no lo he escrito es porque para mí no hacía falta. Hay mucha curiosidad por saber de la otra mitad, algo aplicable a cualquier género literario. Fíjate en los maravillosos cuentos de John Cheever, o en los de Raymond Carver. ¿Por qué no se cuenta la otra mitad? Pues porque la otra mitad es para el lector”. Contraria a medicarse, llegó un momento en que Esmeralda Berbel tuvo que hacerlo… “aunque no por mucho tiempo porque tenía demasiada batalla dentro de mí, no me podía conformar con eso”, añade. ¿Que cómo cambió su escritura? “No lo sé, porque yo en esos momentos escribí tres libros: uno de poesía, una novela y este diario. La medicación, a mí me paró el llanto, que era algo acuciante. Veía que así no podía, estaba muy cansada. Es un estado casi peligroso”.
Greta Fernández: “No estamos acostumbrados al trabajo. Hoy es fácil hacer un dinero en Instagram o como modelo, eso no exige un gran nivel de creatividad. Por eso es guay obligarte a hacer proyectos de alto nivel creativo. Veo a mi padre y su trabajo con los personajes y pienso… ¡guau!, eso es difícil. A ver si llego”
La experiencia le descubrió a esta escritora con bagaje una fragilidad, y “que tal vez por eso escribe” y posee “toda esa cosa introspectiva”. “Hay una frase en el libro que lo define: ‘limar la soberbia’. Pues eso, estoy limada. Me he pulido. Me las he visto muy negras, de manera que no voy de nada”. Ese lirismo del libro, ese proceso de angustia que se desprende de él es algo que su hija Greta va dosificando… “Voy por la página 50 del libro”, dice mientras mordisquea medio bocadillo y se pelea con el tapón del zumo que le han traído. “No recuerdo cuándo lo empecé a leer, pero es que tengo que ir poco a poco, porque es algo que yo todavía no he revivido. Y sí, es un proceso bonito hacerlo, pero… uf, me hace revivir mis 18 años”.
Modelo, fotógrafa, avezada a escribir… Greta se revela como una artista múltiple pero confiesa que está enfocada en la interpretación. Lo lleva en la sangre. “Escribir lo tengo aparcado, además, es algo que hago para mí, es un ejercicio personal”. Su objetivo, asegura, es tener la oportunidad de ser creativa como actriz. “Quiero explicar bien un personaje, pero también saliendo de mi zona de confort y logrando entender a ese personaje. Aunque lo trabaje desde mí misma y las cosas que he vivido, he de hacer el ejercicio de separarme, para tener un abanico más grande. Cosa que siendo joven lo encuentro más difícil que para un actor de 50 años, capaz de entender procesos emocionales”. No puede sino celebrarlo, pues no ignora esa suerte de vagancia que hay hoy entre la gente joven. “No estamos acostumbrados al trabajo. Hoy es fácil hacer un dinero en Instagram o como modelo, eso no exige un gran nivel de creatividad. Por eso es guay obligarte a hacer proyectos de alto nivel creativo. Veo a mi padre y su trabajo con los personajes y pienso… ¡guau!, eso es difícil. A ver si llego”.
Este texto se escribió en la redacción de La Vanguardia, un viernes ‘de pasión’ en el que acabamos a las tantas. Día intenso en el que el fotógrafo Xavier Miserachs protagonizaba la apertura de Cultura y James Rhodes había tenido audiencia con el presidente del Gobierno.
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