En política y en la fama no todo vale, pero una mascota arregla un roto y un descosido. Cada vez se parecen más unos y otros, y hasta gastan y ganan casi lo mismo que sus dueños. Por Karelia Vázquez
'Sully', la perra de asistencia de George Bush presenta sus respetos ante el féretro del expresidente.
Donald Trump no gusta por muchas cosas. Pero el argumento definitivo suele ser que odia a los perros. De hecho es el primer presidente que ha roto la tradición de la mascota presidencial que empezó Thomas Jefferson. Su exmujer Ivana contribuyó a echar más leña al fuego en sus memorias Raising Trump (Criando a Trump) donde cuenta que tenían un poodle llamado Chappy. “Donald no era un fanático de los perros. Cuando le dije que llevaría a Chappy conmigo a Nueva York, él dijo ‘No’. ‘¡Somos Chappy y yo o ninguno!’, insistí. Y eso fue todo”. Chappy, asegura Ivana en su libro, tenía la misma aversión hacia Donald. Para atajar los rumores tuvo que dar la cara Stephanie Grisham, directora de comunicación del Ala Este de la Casa Blanca: “No hay planes en este momento”. Se refería a traer una mascota a la primera familia.
En contraste, los perros de los Obama, Bo y Sunny, tuvieron una hiperactiva vida social con sus propias cuentas en Twitter e Instagram. Sus gastos personales desataron polémicas y fake news varias. A Bo se le acusó de gastar más de 100.000 dólares al año del presupuesto familiar de 1.400 millones que pagaban los contribuyentes.
Los Kennedy en Virginia en 1963. A pesar de que JFK era alérgico tuvo varios perros, un gato, conejos y hasta hamsters. Fue el primer presidente que indultó a un pavo por 'Thanksgiving'.
Churchill se detiene a acariciar un gato en la estación de Liverpool en 1953.
Las mascotas con una vida social, un estilo y unos gastos tan desorbitados como los de sus dueños abundan entre los personajes de la moda y el diseño, entre las celebrities y los artistas. Algunas como Choupette, el gato de Karl Laggerfeld (@choupettesdiary, 116K), y Neville Jacobs (@nevillejacobs, 210 K), el bull terrier de Marc Jacobs, son auténticos influencers en Instagram. Sus privilegiados dueños podrían vivir de ellos. Eso precisamente fue lo que hizo Tabatha Bundesen, una camarera de Arizona que en 2012 dejó su trabajo para vivir de los beneficios de la mascota más rentable y cínica de la historia de Internet, el Grumpy Cat (@realgrumpycat con 2,4 M de seguidores en Instagram).
Los perros acaban pareciéndose a sus dueños, y viceversa. Esta es una verdad establecida y ampliamente demostrada a lo largo de la historia de la humanidad. Un fenómeno que en las ultimas décadas ha dado una vuelta de tuerca con lo que algunos sociólogos denominan la humanización y antropomorfización de las mascotas. Es decir, asumir que tienen los mismos deseos y necesidades de sus dueños. Si llueve y usted no sale de su casa sin su trench de Burberry su perro no puede ser menos y a usted no le temblará la visa para adquirir una versión perruna de su clásica y carísima gabardina. Tampoco tendrá problemas en comprarle un disfraz para Halloween o una joya de Tiffany’s, y ni siquiera tendrá que buscar mucho, porque en Occidente florecen las tiendas de negocios cuyo target son las mascotas, o más bien sus generosos dueños.
Karl Lagerfeld, con 'Choupette', su gato (116K de seguidores en IG).
Giorgio Armani en un desfile en Milán en 1990.
Pero si es fácil entender por qué nos traemos una mascota a casa (“A todo el mundo le gusta que lo quieran”, me espetó un veterinario), un poco más complicado resulta comprender por qué las personas con una vida pública se dejan ver frecuentemente con sus amigos del reino animal. Por qué la relación con los animales puede hundir la vida de un político. Por qué la primera foto tras una larga ausencia suele ser dando un paseo con su perro. Me recuerda David Redolí, experto en Comunicación Política, cómo la primera imagen de Alberto Ruiz Gallardón después de dimitir como Ministro de Justicia fue una postal idílica con sus perros. O los largos paseos de Esperanza Aguirre por Malasaña con su mascota Pecas durante la campaña electoral por la alcaldía de Madrid. Por cierto, Pecas tenía usuario en Twitter (@soypecas) y protagonizó titulares y falsas noticias de suicidios y detenciones; hasta desató un movimiento vecinal que pretendía salvarla de su destino en el Palacete de la calle Jesús del Valle. “Una mascota potencia la empatía, acerca al político a la calle, estas apariciones suelen estar muy medidas y planificadas”, explica Enrique Mari, experto en Posicionamiento de Líderes en Thinking Heads, una consultora que tiene entre sus clientes a Pau Gasol y a Felipe González. “Si hay una reunión oficial entre dos presidentes, una foto más informal con sus mascotas siempre enviará un mensaje de buen entendimiento”, agrega. Nikita Khrushchev regaló a JFK una perra, Pushinka, en cuanto solucionaron la Crisis de los Misiles. Por supuesto, Pushinka fue sometida a un control exhaustivo para descartar que no fuera un pequeño caballo de Troya.
Christy Turlington con los perros de Marc Jacobs.
Karlie Kloss con 'ChooCharlies', una de las mascotas de Marc Jacobs.
"Una imagen de dos presidentes con sus mascotas siempre envía un mensaje de entendimiento"
Sin embargo, en caso de crisis institucional, tirar de mascota sería “contraproducente”, asegura Mari, que dice que en materia de comunicación política los perros son los que mejor funcionan, pero no siempre. En el caso de las celebrities y los artistas estas apariciones son “más espontáneas y menos controladas” y su objetivo es marcar aún más la identidad, la extravagancia o las dotes artísticas del personaje en cuestión. “Dalí se paseaba con su leopardo Babou y Hemingway se dejaba fotografiar, mientras escribía, rodeado de gatos. No creo que un político quisiera ser visto como un fanático de los gatos”, razona Redolí. Todavía se recuerda la excentricidad de Grace Coolbridge, primera dama de Estados Unidos entre 1923 y 1929, que se llevó a Rebecca, su mapache, a vivir a la Casa Blanca.
Según Redolí, uno de los casos antológicos de uso de las mascotas para blanquear la imagen pública la dio Hitler. “Se hacía retratar y filmar con sus perros constantemente”, dice el experto. En Reino Unido, sin embargo, la mascota oficial es un gato que tiene el título de Chief Mouser y un presupuesto de 100 libras al año. Realmente austero comparado con otras mascotas de su gama. Vive en el número 10 de Downing Street pero no pertenece a ningún Primer Ministro. Su misión es servir a Inglaterra limpiando la casa de ratones.
La princesa Elizabeth con su corgi, el perro por excelencia de la realeza británica.
Naomi Campel durante la tradicional apertura del mercadillo navideño de Gut Aiderbichl.
En todos los tiempos las mascotas han demostrado ser perfectas para tapar las meteduras de pata de sus dueños. Durante una visita oficial a las Islas Aleutianas en 1944, Franklin D. Roosevelt olvidó en tierra a su perro Fala, un terrier escocés, y decidió mandar una flota especial a recuperarlo. La decisión fue duramente criticada y el presidente, aconsejado por Orson Welles, decidió convertir el percance en un chiste. Veamos, sus contrincantes podían criticarlo a él que, al fin y al cabo, sabría aceptarlo, pero no a su perro, pues al ser escocés no sabría encajar bien las críticas. Asunto zanjado.
He tenido dos perros en mi vida, y creo que fueron felices conmigo. Llevo años queriendo tener otro, pero no me atrevo. Ya no soy la persona responsable y de buenos hábitos que un día fui.
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