Muchos papeles de tipo duro le dieron fama de borde, aunque lo que tiene son las cosas clarísimas. Por ejemplo, que para hacer de Rodin hay que aprender a esculpir la piedra. Por J. Luis Álvarez
Recién cumplidos los 59 y barruntando, por lógica, un cambio de década, a Vincent Lindon aún le quedan trazas de aquel atractivo tipo de rostro áspero y difíciles maneras que reinó en el noir francés de los ochenta y noventa, al que las comedias coyunturales de Coline Serreau –La Crisis (1992), Caos (2001)– sirvieron de contrapunto y le espantaron el encasillamiento cuando su rostro, repetido hasta el hartazgo en la prensa rosa debido a su relación con Carolina de Mónaco, se hizo inmensamente popular en medio mundo. Y si el trabajador despedido a los cuarenta y pico de La ley del mercado (2015) le procuró el César y el Premio al Mejor Actor del Festival de Cannes, respaldando su prestigio interpretativo de forma definitiva, encarnar en la gran pantalla al turbulento Auguste Rodin, padre de la escultura moderna, le ha llenado el cajón de los elogios para una buena temporada. Verle modelar la arcilla en pantalla, con la concentración de un halcón, es apasionante. “Como soy un poco obsesivo –a menudo me echan en cara que me implico demasiado en los personajes–, tomé clases de escultura durante ocho meses, seis horas cada día. Pero lo importante vino después. Cuando se esculpe, el sonido y la forma se hacen uno. Y empiezas a percibir diferentes estados anímicos. Quién sabe si los mismos de Rodin cuando trabajaba…”.
El maestro forma parte ya de esa galería de retratos de los que afirma no desprenderse jamás “porque los uso para construir los demás; me ayudan a abordar lo que viene después. Por eso siempre están conmigo. Añado, nunca sustraigo. Establezco con ellos una relación ‘de negocios”, y para eso, ambas partes deben salir ganando. A Rodin le cedió intensidad y pasión; el escultor a él, una mano tendida hacia la belleza, lo que considera “un estado mental completamente personal. Lo feo para unos es extraordinariamente hermoso para otros. Hay puestas de sol que me dejan totalmente indiferentes. Mujeres espléndidas que no me atraen en absoluto. Pero hay defectos encantadores e irresistibles, igual que perfecciones insoportables”, dice. Y Lindon no siempre encuentra esa belleza en el arte, “porque no tiene reglas; ni el cine, ni la pintura, ni la música, ni la moda. El arte está conectado a los latidos del corazón de cada uno. Es posible crear una obra maestra en una hora y estar diez años intentando sacar algo adelante sin conseguirlo. O dar forma a la alegría y a la vida cuando se está sumido en la más profunda de las tristezas, y al contrario. Lo aparentemente fácil a veces no lo es y lo que se nos antoja imposible, luego no es tan complicado. Son los misterios del proceso de creación”, reflexiona. Artista comprometido y con perfil político, declina en cambio explicarnos qué le tiene cavilando de cuanto ocurre a su alrededor en este mundo agitado y cambiante, más allá de la inamovible certeza de que toda cultura merece ser protegida –“y Francia es ejemplar en eso”, afirma–, y su preocupación ante la dictadura de lo políticamente correcto: “Tengo la seguridad de que no son buenos tiempos para la creación. Como le ocurrió a Rodin, los artistas siempre han tenido problemas para que se acepte su criterio. Sin embargo, creo que los actuales son menos trasgresores. Ahora, el que lo es, no se libra de la incomprensión general”. A lo que añade un factor de penúltima hora: la falta de reflexión y, por tanto, de poso.
“Hemos sustituido el análisis por la acción. En estos días no se reflexiona, se reacciona. No dejamos que la obra descanse. La arcilla, la composición musical, la escritura, necesitan tiempo de maduración, pero éste ha sido barrido de la vida por el impulso de lo vertiginoso”. Un panorama radicalmente distinto al que vivió Lindon cuando intentaba abrirse paso en el cine, hace ya cuatro décadas. “Como no creía tener la menor posibilidad de conseguir ser actor, puse todo el empuje del mundo. Me gustan los partidos que parecen perdidos de antemano. Si los ganas sientes que realmente ha valido la pena”. Sabe de lo que habla: ha disputado casi setenta en su filmografía.
Los reflejos rojizos del atardecer en Les Cases d’Alcanar ayudaron a estructurar las reflexiones sobre la belleza y el arte de quien se ha metido en la piel de Rodin.
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