Desde la década de los sesenta hasta hoy se ha estado fraguando la gran revolución. La lucha feminista cruza barreras e impregna a todas las mujeres. Por Paola Aragón Pérez
ESTÁ EN LAS CALLES, en las televisiones, en los periódicos, en las series de Hollywood, en las tertulias de afterwork y en las de domingo al mediodía. El feminismo está ahora en todas partes. El que probablemente sea el movimiento más revolucionario y transgresor de los últimos siglos, el que ha puesto en jaque los pilares de nuestro sistema, se ha ganado a pulso un hueco inapelable en la agenda política, social y mediática de todo el mundo. Y es que, a pesar de los esfuerzos de algunos sectores que han visto amenazados sus privilegios e intentado desligitimar la lucha de las mujeres, cada vez queda menos gente que entone aquello de “ni machismo, ni feminismo”. Al contrario, cada vez son más, y más diversas, las mujeres que hacen de esta una lucha propia y para todas. Se ha ido consolidando un movimiento que, a día de hoy, puede presumir de enunciarse en plural. Hablar de “feminismo” se está quedando atrás. Las aportaciones de mujeres de distinta condición, procedencia, racialización, clase social u ocupación han desembocado en que ahora haya que hablar de “feminismos”. Quizá lo que más lo caracteriza en la actualidad sea la cantidad de otras luchas y opresiones con las que ha acabado aceptando que debía dialogar. El feminismo blanco y burgués que reivindica puestos en los Consejos de Administración del IBEX35 y paridad en las empresas ya no es el único con cabida en el discurso. La visibilización y poder para la crítica que están consiguiendo la lucha de las kellys, el ecofeminismo, el feminismo negro o el feminismo gitano son buenos ejemplos de lo que ocurre, y una prueba de que la revolución va mucho más allá e impregna a cualquier mujer, con puntos de encuentro en la narración de lo común: puesta en valor de los cuidados que sostienen la vida, violencia sexual, relato de nuestros cuerpos…
Y en torno a esto, al relato, es sobre lo que pivota la más fundamental de las acciones de reapropiación de los espacios: la recuperación de una “memoria colectiva de las mujeres”. Así lo denomina la periodista Cristina Fallarás, artífice de la iniciativa #Cuéntalo en Twitter, un llamamiento a narrar las agresiones y violencias machistas sufridas en primera persona por mujeres anónimas. A las dos semanas ya había casi tres millones de tuits procedentes de más de 60 países, que han sido recopilados para generar una base de datos testimonial que se salve del olvido. “Las redes son un arma brutal, un espacio gratuito donde las mujeres, que nunca han manejado capital, por fin pueden narrarse”, explica. “Esto es como la literatura de iniciación: entendemos más cómo Bukowski bebe, se le cae la baba y se hace pis con Tom Waits borracho de fondo que a Anaïs Nin hablando de violencia obstétrica”, denuncia. Fallarás lo tiene claro: “La lucha feminista es la de lo personal descarnado”.
Antoinette Torres Soler. Activista, creadora y directora de Afro-féminas, una comunidad que nació para dar voz y establecer redes entre mujeres negras de habla hispana.
“Históricamente, el feminismo blanco tiene muchas carencias. Continuar hablando por el resto de las mujeres es un error, así como creer que el género es el primer condicionante para todas. Las instituciones relacionadas con la igualdad no desean tener una relación con otras mujeres que no sea desde la condescendencia. Las mujeres negras y afrodescendientes tenemos que emprender, conocer nuestros discursos y organizarnos”.
Alicia Murillo. Activista y artista multidisciplinar, sevillana y trianera, es una de las caras más reconocidas del feminismo andaluz. Está fuertemente comprometida con los derechos de la infancia y contra el adultocentrismo.
“Hay que plantearse cómo vamos a afrontar la institucionalización del feminismo. Estamos negociando con el patriarcado, inevitablemente; al final no es otra cosa que un soborno. Pero debemos intentar que las negociaciones sean lo más justas para todas, no rebajar las exigencias ni descafeinar la lucha. Algunas mujeres buscamos ser un contrapeso a esa institucionalización y continuar haciendo la lucha de calle”.
Noelia Cortés. Activista gitana natural de Almería. Dirige la plataforma Peineta Revuelta, que politiza la situación de la comunidad gitana a través del flamenco.
“El feminismo gitano necesita un espacio en el que poder diferenciarse y reivindicarse con voz propia. Nuestra situación la definen mejor las Tres Mil Viviendas de Sevilla que los academicistas payos. Los barrios son una realidad a tener en cuenta: la gitana que limpia tres casas para llevar comida y dinero a su casa también tiene algo que decir. Nuestra propia cultura, empezando por el flamenco, nace de dichos problemas. Y hasta eso nos lo están negando”.
Beatriz Gimeno. Escritora, activista LGTB y diputada en la Asamblea de Madrid por Podemos. Son muy conocidos sus escritos sobre lesbianismo político, prostitución y lactancia materna.
“Lo más importante es seguir avanzando en un feminismo del 99% que luche contra todas las violencias, contra la estructura patriarcal en su conjunto. Hay que paliar la falta de servicios públicos de cuidado para que sean universales, gratuitos y de calidad. Debemos educar en feminismo, fomentar la educación sexual igualitaria y sobre todo, revalorizar el trabajo de cuidados para que alcance a toda la sociedad”.
Luisa Posada. Profesora titular de Filosofía en la Universidad Complutense de Madrid. Una de las precursoras de los estudios feministas en el ámbito académico en España.
“Estoy convencida de que la formación es la única vía para no perder la memoria feminista y poder afrontar el futuro. Tiene que estar presente en el currículum académico para que quienes reciban la formación decidan incorporarse a la praxis feminista, que significa sumarse al proyecto de una sociedad más justa e igualitaria. La reflexión siempre implica la práctica: compromete la visión del mundo y la acción que en él se tiene”.
María José Varela. Abogada especializada en violencia machista, una de las pioneras en conseguir que este delito fuera específicamente reconocido.
“El feminismo ha avanzado, su lenguaje y muchos de sus planteamientos se han extendido, pero no está normalizado. Los medios transmiten aún la imagen de la mujer cosificada. Aunque el discurso es aceptado dentro de lo políticamente correcto, la praxis va todavía muy por detrás, tanto en los hogares y las relaciones en la familia, como en la presencia y capacidad de decisión en la sociedad”.
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