En Fashion&Arts queremos recordar que lujo significa singularidad, y, ¿por qué no?, también una porción de decadencia. En el número de diciembre fotografíamos en el Cirque du Soleil y en palazzi romanos; celebramos los cincuenta años de Marta Rota al frente de Tot-Hom; paseamos por la Avenue Montaigne. Y lejos de sentirnos culpables por ese golpe de sensualismo, lo prescribimos como el mejor de los medicamentos sin receta.
EN LA SEGUNDA EDICIÓN de los Premios de Belleza Fashion&Arts compartí con los máximos adalides de la industria cosmética mi sensación de que cualquiera de los productos ganadores aportan dos elementos importantes para la mayoría de las mujeres: cuidado y placer. Es curioso, no entenderíamos el uno sin el otro, aunque seamos cuidadoras natas y una alarma interior nos alerte en medio de una reunión de trabajo, y nos fuguemos un instante preguntándonos si le habrá subido la fiebre a nuestra hija o si hay cena en la nevera. Hubo un tiempo en el que la virtud femenina se medía por la capacidad de resistencia. Mujeres infatigables que cuidaban a hijos y padres, jornadas maratonianas de aquellas amas de casa con quien aún no se han saldado cuentas –ni económicas ni éticas–, “madres trabajadoras” (en cambio no se dice “padres trabajadores”, como si fuera una obviedad) que hacen arte de magia para multiplicar sus horas y sus tareas. Pero ¿y el placer? ¿Qué ocurre con esta conquista moderna que durante años fue administrada con cucharilla de postre a las mujeres? Ah, el placer culpable, la puerta prohibida, la llave del éxtasis y la fuga, incluso del ensimismamiento.
“Grosero sensualismo” denominaban los clásicos a los desbocados romanos que orquestaban bacanales donde la fruta, el cuerpo y el vino regaban lechos de placer. Veamos cómo empezó todo: el filósofo hedonista no era necesariamente un outsider, un hippie o un anarquista filosófico avant la lettre que propusiera romper con todo lo establecido. A Epicuro, por ejemplo, se le conoce como defensor de la vida disipada y del placer por el placer, aunque sus enseñanzas no buscaran sino dignificar el ámbito de los sentidos. En el siglo XVIII, el ideólogo de la segunda Ilustración, Étienne Bonnot de Condillac no solo se opone a la demonización de la sensualidad, sino que la sitúa en el mismo núcleo del conocimiento humano como fuente primordial de la información necesaria para entender cómo concebimos el mundo y cómo lo vivimos.
Reconozco que sin el baile de sentidos, mi vida sería más miserable. Por ello defiendo los gestos cotidianos que excitan el olfato y el tacto, que arrebatan el oído y limpian la mirada. “Aprender a mirar distinto” esa es la lección que recibimos de los pintores impresionistas en la exposición del Museo Thyssen-Bornemisza. En Fashion&Arts queremos recordar que lujo significa singularidad, y, ¿por qué no?, también una porción de decadencia. En estas páginas fotografíamos en el Cirque du Soleil y en palazzi romanos; celebramos los cincuenta años de Marta Rota al frente de Tot-Hom, una vida entregada al amor por la costura, a la exigencia artesana de la obra bien hecha; paseamos por la Avenue Montaigne: las hojas secas, las verjas doradas y los escaparates que querrías que fueran espejos. Y lejos de sentirnos culpables por ese golpe de sensualismo, lo prescribimos como el mejor de los medicamentos sin receta.
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