Una pequeña iglesia abandonada en un pueblo de Lleida y un artista en Nueva York con muchas infancias pasadas allí. La insistencia de sus habitantes ha conseguido esta maravilla: unos frescos del siglo XXI que cuentan el catolicismo a través de la fauna y el paisaje locales. Por Guillermo Espinosa Fotos: Ricardo Labougle
“He intentado crear un ‘Jardín de las Delicias’ como el que rodea al templo; el paisaje del valle”, dice Moix de este proyecto con el que ha vuelto a sus raíces. El artista barcelonés tiene muchos recuerdos de su infancia vinculados a los pueblos del Pirineo catalán.
Confiesa Santi Moix (Barcelona, 1960) que cuando le llamó el obispo de la Seu D’Urgell, diócesis a la que pertenece la iglesia de Sant Víctor ubicada en el pueblo ilerdense de Saurí (17 habitantes censados), para que interviniese pictóricamente las paredes de un edificio que él conocía de su infancia, su negativa fue educada, pero rotunda. De niño, Moix pasó muchos veranos en el pueblo: su familia, y otras nueve, establecieron una especie de comuna en los setenta. “Era un grupo de barceloneses con una idea de la cultura y del país, de preservar una memoria rural común. Durante años, las dos horas de trayecto entre la ciudad y el pueblo se convirtieron en siete: allá donde hubiera un pueblo y una ermita, mi madre paraba, pedía las llaves y la visitábamos”.
Con los años, Santi se convirtió en un artista internacional, afincado en Nueva York, donde lo representa la conocida galería Paul Kasmin, y comisionado por la Fundación Prada en 2013 para intervenir su tienda del Soho (un mural en plena arquitectura de Rem Koolhaas). Las noticias terminaron por llegar a la villa. Faltó tiempo para que las fuerzas vivas pensaran que él podía hacer algo por esa pequeña iglesia, perdida en el valle de Assua, que se deterioraba año tras año. “Les hacía ilusión… pero yo me negaba de forma constante. No soy una persona religiosa, aunque sí aprecio entrar en una vieja iglesia, sentarme y tener un momento de tranquilidad y reflexión. Me críe con ello, mirando esas manchas de humedad casi oníricas que aún me fascinan. Igual sí que conecto con algo que no sé lo que es… pero, bueno, creía que no les iba a dar una solución al gusto de todos. Les insistí en que se habían equivocado, que no lo habían pensado bien. Que mejor se lo ofrecieran a una escuela de arte… Yo los apoyaría, el proyecto era bonito”, reconoce.
Como también reconoce que fue la insistencia de sus habitantes, del obispo, de la dirección de patrimonio catalán que revisó la iglesia y certificó la viabilidad del proyecto –no ocultaban sus muros ningún tesoro oculto del medievo–, y por último de la Consellería de Cultura de la Generalitat, lo que terminó por doblegar su voluntad. “Soy de los que tienden a pensar a lo grande”, reconoce. “Y por eso precisamente, pensando en Sant Víctor, me di cuenta de la cantidad de patrimonio que Catalunya tiene abandonado. Y que esta intervención podía convertirse en el primer escalón de algo más grande”. Y así se lo presentó a cuatro conselleres, de Ferran Mascarell a la actual Laura Borràs. “Aunque fue Santi Vila el que lo vio más rápido, al punto de hacerlo suyo, confesándome que era el mejor proyecto que había pasado por sus manos. Entendió a la perfección lo que suponía: recuperar la memoria y el patrimonio rural, dar autoestima a una comunidad y añadir una ruta de turismo sostenible a las que ya teníamos, la gastronómica y la de montaña y deporte. Algo que pondría a Catalunya en el mapa internacional de recuperación de patrimonio vinculado al arte contemporáneo”, subraya.
Moix se define así mismo como un pintor mediterráneo, en la línea de Miró y Barceló, y no oculta la inspiración que lo movió para acometer esta iglesia. Su interior está plagado de metáforas y símbolos que aluden a una visión amplia de la mística: no evita cierto paganismo atávico de la comarca, ni hechos fundamentales del catolicismo. “Dejé claro que no iba a pintar santos y mártires, y que solo lo haría si me daban libertad”. De hecho, el origen de estos frescos está en el propio paisaje del valle, con sus habitantes, su fauna, sus bosques.
Porque Moix ha recuperado incluso la técnica medieval del fresco para este proyecto: “Me ha permitido pintar las paredes como si fueran grandes acuarelas, cuando yo pensaba que sería un quebradero de cabeza”. Realizando un análisis teológico parcial ha devuelto a la naturaleza al estatus primigenio de la religión, siguiendo las nuevas doctrinas del papa Francisco sobre la conversión ecológica. Si la Iglesia, durante siglos, negando el alma a los animales y sometiendo lo natural al beneficio del hombre, propició la debacle del medio ambiente desde el mercantilismo medieval hasta el capitalismo salvaje actual, Moix ha resuelto darle la vuelta al mensaje: burros, carneros, cerdos, tortugas e insectos campan en las paredes de la ermita, rodeados de versos de Konstantin Kavafis pero también del gran glosador del carácter del país catalán: Josep Vicenç Foix. “Mi primera idea fue no pintar, sino llenar las paredes de manchas de humedad, de hongos. Hablé con científicos holandeses, alemanes y valencianos. Se entusiasmaron, pero no lo entendieron. Cuando vieron que quería crear manchas pictóricas vivas controladas, como las de mi infancia… reconocieron que la ciencia no había llegado tan lejos”, dice entre risas.
Lejos de un acto de desacralización, Moix ha llevado a cabo en Sant Víctor un reposicionamiento católico: a pesar de los animales, versos y flores, hay una mirada en torno a la historia de la iglesia católica. “Si el arte católico siempre ha sido de exaltación hacia la luz, de llevar el alma hacia arriba, en esta iglesia he tratado de conducir la mirada a la tierra. Las cosas pequeñas son tan importantes como el resto. Creo que aquí he intentado crear un Jardín de las Delicias como el que rodea a la iglesia; el paisaje del valle”, confiesa. Aunque haya alusiones constantes a la historia y la teología tradicionales (desde capillas con las lágrimas de San Lorenzo, a homenajes velados a la iluminación de San Pablo o incluso el paso del purgatorio al paraíso en una tortuga “patas arriba en el lado oscuro, y que vemos que ya camina en la zona iluminada”), la complejidad y belleza cálida de estos frescos apunta en direcciones muy variadas. Hay un homenaje a la cultura mediterránea como también parece, en sus zonas más abstractas, haber querido dotar de luz pictórica a las bóvedas cerradas del románico con figuras orgánicas, florales, circulares e informes que lo acercan a las vitrinas modernistas de Gaudí o Jujol. Con la presentación de esta ermita el pasado octubre a Moix sí que le gustaría que el proyecto tuviera “continuidad” pese “a estos tiempos tan difíciles que atraviesa el país”. “Yo me he ofrecido a contactar con otros artistas, como James Siena, Peter Doig o George Condo. Hay tantos…, para no tener que colocar como siempre a primos y a amigos. Pero este es un papel en el que me siento incómodo, porque no soy comisario y no me dedico a esto. Aunque pienso que es necesario que se haga con rigor y con una visión amplia: este proyecto, nuestra comunidad, el románico olvidado de esta zona e incluso la comunidad artística internacional lo merecen”.
Esta entrevista se hizo de Madrid a NY vía Whatsapp para sorpresa del artista. El periodista, avergonzado, tuvo que esgrimir eso de que corren tiempos de ahorrar. Por increíble que parezca, la comunicación solo se cortó una vez.
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