Un trabajo artístico es un lujo que no requiere ser pagado. Con esa tesis se usa el entusiasmo de una generación que quiere ser creativa como combustible barato, casi gratis. Lean a esta señora del pelo gris. Por: Xavi Sancho. Foto: Manuel Outumuro
Remedios Zafra negoció mucho y bien esta foto. Al final se parece a quien ella es. De eso iba el acuerdo.
PARA ENTENDER CÓMO la nueva economía se está aprovechando de toda una generación de jóvenes que crecieron con la idea de que era posible ganarse la vida siendo creativo hay un libro clave. Se llama El entusiasmo: precariedad y trabajo creativo en la era digital y ganó el Premio Anagrama de Ensayo el año pasado. Es un trabajo de Remedios Zafra (Zuheros, Córdoba, 1973), académica andaluza experta en estudios de género, cultura digital y antropología cultural. Al final, todo parece estar derivando en que cada vez hay más gente creativa (o convencida de que lo es) y menos gente pagando el alquiler gracias a su creatividad.
“Este es un tiempo donde prima la impostura. El exhibicionismo de las redes y el protagonismo del yo ponen en lugar prioritario las cosas que adornan nuestra vida y un currículum excesivo de méritos superficiales. No nos quejamos tanto de la vida en las pequeñas habitaciones con alquileres más bajos, porque realmente donde pasamos más tiempo es en la pantalla, esa ventana que explota en un mundo de posibilidades, vínculos, y me pregunto si en el futuro, cada vez más autoengaño”, apunta Zafra, quien ha prometido no formular un miniensayo como respuesta a cada pregunta y ha logrado en ellas un meritorio equilibrio entre contenido y contención.
"No es lo mismo convertir tu afición creativa en trabajo cuando te dedicas, por ejemplo, a la tecnología, que cuando te dedicas al mundo del arte y la cultura. Entonces a menudo te dicen que tu trabajo es ‘una
afición’"
Hubo un tiempo, allá por los noventa, en que un puñado de jóvenes logró convertir sus inquietudes y hobbies en trabajos remunerados. Solo hay que ver, por ejemplo, la cantidad de festivales de música que estos entonces imberbes aficionados, hoy tiburones de las finanzas, arrancaron durante aquellos años. Me inquieta formar parte de una generación que creó unas falsas expectativas, que arrancó un carro que, al cabo de unos años, sin saber muy bien cómo ni porqué, ya conducía el capitalismo más salvaje y explotador, llamando a toda ocurrencia start up y disfrazando de colaborativo lo meramente extractivo. “No se trata de culpa”, consuela Zafra. “Creo que tenemos, o más bien iniciamos, una historia distinta. En este país, por fin, todos pudimos estudiar, incluso soñar con dedicarnos a trabajos creativos. Algo cambió para bien cuando personas de contextos humildes pudieron formarse y aspirar a trabajar de ello. El problema vino después, pues la transformación iniciada en la educación pública no ha sido paralela a la del contexto laboral”.
Esto me recuerda un viaje de prensa que hice el año pasado. De las cuatro personas representando a medios españoles me dio la sensación de que el único que estaba allí porque tenía facturas por pagar era servidor. Los demás tenían un colchón económico que les permitía ver el trabajo como un juego y buscar piso con una llamada a papá. ¿Estarán pronto los medios y los espacios creativos en manos de pijos, pues son ellos los únicos que se pueden permitir vivir esta fantasía? “No es lo mismo convertir tu afición creativa en trabajo cuando te dedicas, por ejemplo, a la tecnología, que cuando te dedicas al mundo del arte y la cultura. Entonces a menudo te dicen que tu trabajo es ‘una afición’. Muchos son instrumentalizados por quien saca partido económico de su entusiasmo, valorando que la mera realización de esa práctica motivadora ya conlleva su pago. Creo que en los países donde no se valora suficientemente la cultura, pervive la tradición de que determinadas trabajos no merecen ser pagados. Y no es lo mismo pagar con reconocimiento a un pobre que a un rico, porque en uno es un pago suficiente que se convierte en prestigio, y en otro, en frustración y abandono por la necesidad de cobrar para vivir”, explica la escritora.
DATOS ÚTILES (O NO)
• Se licenció en Telecomunicaciones por la Universidad de Sevilla en 1991.
• Se casó a los 25.
• En su libro 'Despacio' hay un personaje que se llama Laquestapeor. En tiempos recientes dice haberse sentido muy parecida a ella (su nombre la delata).
• Remedios lleva el pelo gris. ¡Viva!
Otro elemento clave en esta ecuación que empieza con la fascinación y termina en la explotación es el género. La mujer es más propensa a padecer la explotación que el hombre. “Si piensas en la tradición de los trabajos precarios ahí han estado las mujeres, donde los empleos han sido temporales y peor pagados”, confirma la académica andaluza. “Por otro lado, los trabajos culturales son los más feminizados, especialmente en sus niveles más bajos de contratación. Y también pasa ahora que hay un plus de motivación en las mujeres porque es muy reciente su incorporación al mercado laboral, demostrar que saben y quieren las hace caer en una mal entendida responsabilidad o entusiasmo de hacer más por menos, o incluso gratis”.
Este texto despedida de esta sección se ha escrito en un tren entre Múnich y Viena y se ha rematado en el porche de una casa rural portuguesa. Todo el rato ha sonado The Story of Northern Soul vol. 1 a 4, la mejor música creada jamás por el ser humano y la mejor para gestionar el entusiasmo y la melancolía. Les voy a echar mucho de menos. Como decían en Canción triste de Hill Street: “Tengan cuidado ahí afuera”.
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