El estilo nómada, más cerca del ‘homeless’ que del ejecutivo, marca un punto de no retorno en la moda. Por Silvia Alexandrowitch
piscina con árbol de Navidad: no se podría imaginar una escena más californiana, pertenece a la casa familiar de Slim Aarons que firma la foto
Dicen los orgullosos californianos que su estado es una nación. No solo es una de las más ricas del mundo y más independientes de las leyes trumpistas; es también el país de los dreamers, esos individuos que desde la conquista del oeste y la fiebre del oro hasta los creadores que fundaron Silicon Valley, han perseguido sus sueños hasta el final. Los que buscan la ola perfecta en las playas del sur, los que hacen música a la puesta del sol, los directores y actores de cine que llegan con su talento y un corto currículo a probar suerte en Hollywood: en muchos casos, sus ideas se han consolidado como start ups de éxito y fortuna. Sin embargo, la siempre conservadora moda –a excepción del hippismo nacido en San Francisco en los pasados años sesenta, y del breve movimiento grunge del norte, oscurecido para siempre por la heroína–, ha dado la espalda a esas corrientes culturales por considerarlas demasiado sueltas, populares, harapientas. El tramp, el vagabundo inmortalizado por Charlie Chaplin, y yo añadiría también como icono de esta categoría a Albert Einstein, no representaron nunca un ejemplo estilístico para los diseñadores de Europa y la Costa Este, precisamente, creo, porque simbolizan el desdén del individuo hacia unas normas dictadas por un sistema que no está a su altura. Ese es el auténtico statu quo del vagabundo, ese radical libre imposible de amaestrar.
Aunque hasta ahora, los vaqueros y los khakis, las camisas de trabajo y las camisetas, nacidos todos en California hace doscientos años, representan el uniforme del mundo. Mark Zuckerberg, el fundador de Facebook, ha globalizado involuntariamente su famosa sudadera gris con capucha, afirmando que él se debe a su comunidad (Facebook) y que no puede perder tiempo tomando decisiones ajenas a ella. A los chicos y chicas de Silicon Valley les importan un pito la etiqueta, las marcas y las normas de la buena presencia, piensan que vestir con eficacia y comodidad hace posible rendir más en el trabajo. La informalización de la moda sale hoy, en tromba, desde California. Una cultura compuesta por infinitas subculturas y movimientos: desde el consumo responsable, lo orgánico, el yoga o el cannabis hasta el cocooning, el rap y el surf. Todo ello, en beneficio de nuevas empresas que ofrecen productos para suplir a todos, en las que cualquier idea innovadora, por anticonformista y nómada que sea, es bienvenida.
Mezclas étnicas, prendas sin talla, plástico, chándals...¿Era esto la revolución?
La inspiración ha migrado a la costa Oeste. Hay una revolución en marcha, y la moda no debe conformarse con evolucionar. Deberá cambiar de arriba abajo y subirse a la nube en la que ya funcionan casi todas las tendencias de nuevos estilos de vida. Ha dado unos primeros pasos: los leggings de yoga, el neopreno de los surferos, las superposiciones de estampados y colores y de prendas sin talla de los que viven al filo de la calle, los chándals y otras variedades atléticas de raperos y estrellas de Hollywood, las mezclas étnicas de los bohemios, el plástico reciclado de los medioambientales, el folk americano en su versión visual más explícita…
“Le gusta el teatro y nunca llega tarde/ no le importa la gente que odia/ por eso la dama es una vagabunda”, cantaba Frank Sinatra en The Lady is a Tramp. Otis Redding, en Sitting on the Dock of the Bay, hace del muelle de la bahía de San Francisco un hogar desde donde contemplar las mareas de la vida. “Amo el colorido de sus vestidos/ y la forma en que el sol juega con su pelo./ Oigo el sonido de una palabra amable/ sobre el viento que levanta su perfume en el aire”. Palabras que pertenecen a la canción más famosa de los Beach Boys, músicos de South Beach y exponentes de la música psicodélica de los sesenta y del estilo de vida surfero.
Y yo me pregunto, con este viraje estético, político y poético tan explícito, surgido además no de los jerárquicos archivos de la memoria de la moda, sino de un ramillete de subculturas antisistema (de la moda), si alguien del viejo aparato va a reconocer al fin que todo debe cambiar.
He escrito esto de un tirón, inspirada por la vieja camiseta y los pantalones caídos que llevo. Los pies descalzos sobre la madera. Me ha faltado la marihuana.
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