La gente ‘cool’ y creativa ha cambiado de destino. L.A. ‘is the place to be’, como antes lo fueron Nueva York o París. Artistas, diseñadores y empresarios trasvasan sus galerías y ‘headquarters’ para coexistir con el rosa chicle y el bótox. Por Laurence Benaïm
Aquel que aún no haya tenido una indigestión de batidos de kale o de hamburguesas veganas que tire la primera piedra… Di adiós a Europa: Los Ángeles se impone como la capital de todo aquello en lo que ha invertido el mundo de la moda, ya cansado de tantos maratones. Hedi Slimane, tránsfugo desde el año 2000, que firma su colección inicial prêt-à-porter para Céline esta temporada, fue el primero en cambiar la imagen de “moda” de esta ciudad que, durante mucho tiempo, se asociaba con surfistas y veranos eternos. Al fotografiar el mundo underground del centro de Los Ángeles, ha transformado considerablemente el escenario que hasta ahora capitaneaban algunas ciudades importantes como París, Londres, Milán y, por supuesto, Nueva York, ciudad donde las anoréxicas redactoras de moda jamás habrían admitido que llevan cestas de paja y sandalias en pleno verano.
Cool! se ha convertido en la palabra clave para definir a L.A., incluso el mismísimo Tom Ford trasladó su sede de Londres a Los Ángeles en mayo pasado. También podemos citar a algunos influencers autóctonos, como el alborotador Jéremy Scott, el amigo de las estrellas; las hermanas Kate y Laura Mulleavy, que crearon en 2005 la marca Rodarte en Pasadena; o incluso Nicholas Kirkwood o Tamara Mellon, sin olvidar Oliver Peoples, la emblemática marca de gafas establecida desde 1987 en la avenida Sunset Boulevard (oeste de Hollywood), que ha sabido convertir sus gafas de carey en todo un icono. Los Ángeles se impone con sus mil y una facetas, una buena prueba es la proliferación de galerías de arte en el vecindario Art District: Hauser & Wirth se ha asociado con Paul Schimmel (antiguo jefe de conservación del MOCA) para abrir una galería y un complejo de artes interdisciplinarias de 9.290 metros cuadrados en un antiguo molino de harina. El Arts District Center for the Arts (ADCA por sus siglas en inglés) es otro establecimiento nuevo que incluye una galería, una sala de proyección y un espacio de conservación. Hauser Wirth & Schimmel ocupa toda una manzana de casas de la calle East 3rd Street, mientras que el Southern California Institute of Architecture (SCI-Arc) se ha instalado en la antigua terminal Santa Fe, a lo largo de 400 metros.
La antigua fábrica de Coca-Cola alberga espacios de creación, y el dinero corre a raudales para recordarnos que pasamos una época estupenda: la responsable del nuevo museo de Arte Contemporáneo The Broad no es otra que la agencia Diller Scofidio + Renfro, y el proyecto cuesta 140 millones de dólares. Muchas galerías de otras latitudes han dado el paso de mudarse a esta ciudad: Karma International de Zúrich, Maccarone de Nueva York, Sprüth Magers de Berlín y Londres. En Los Ángeles, India Mahdavi se ha encargado de la decoración del nuevo establecimiento de Ladurée en Beverly Hills, como un jardín de pastelitos neo-pop para las María Antonietas de la costa oeste. Nada va a parar esta plaga. Los Ángeles se ha convertido en la capital de las azoteas de moda: High en el Hotel Erwin; The Standard Downtown L.A. con sus camas con forma de champiñones rojos; Blue Lounge Moonshadows; BonaVista Lounge en Westin Bonaventure. También en la ciudad de las compras con criterio: la tienda What Goes Around Comes Around es el sitio para encontrar gangas, por ejemplo, blusas vintage de Saint Laurent o jeans casi perfectos de la marca 6397. En Mohawk Generation, una concept store con parqué encerado y eventos para hipsters con la cartera tan poblada como sus barbas de geek, se encuentran las mejores tabletas de chocolate.
Los Ángeles ha huido de los dictados de otros para imponer los suyos, pero bajo el sol eterno del buen humor y de las chicas con melena californiana. En el Café Gratitude se pueden degustar las ensaladas Gracious o Pure, y la vida transcurre de un modo tan agradable como lo es el interior de las sudaderas de pelo de Aviator Nation. Lo cierto es que Los Ángeles ha reinventado una nueva manera de consumismo, tal vez más justo, donde el ideal terrenal se entremezcla con la clase ejecutiva. De vuelta de un viaje a Argentina, el empresario trotamundos Blake Mycoskie lo demostró al crear la empresa TOMS, que por cada par de zapatos comprados dona otro par a los niños que viven en situación de pobreza. La iniciativa One for One ha distribuido más de 60 millones de pares de zapatos desde 2006. “Me llegó tan al corazón el pensamiento del pueblo latinoamericano, sobre todo el de aquellos que no contaban con gran cosa, que sentí la necesidad y la responsabilidad de ayudar”, explicó Mycoskie.
Direcciones Secretas:
CAFE GRATITUDE
300 S. Santa Fe Ave. Ceviches, ensaladas y algún toque mexicano; comida 100% orgánica y saludable en pleno Arts District. www.cafegratitude.com
MOHAWK GENERAL STORE
4011 Sunset Blvd. Concept store con una selección de moda y diseño impecable: de Isabel Marant o Lemaire a Astier de Villatte y AM Lab. www.mohawkgeneralstore.com
THE BROAD
221 S, Grand Ave. En sus instalaciones igual puede disfrutarse de obras de Jeff Koons, Cindy Sherman o Yayoi Kusama que asistir a un happening de Kim Gordon. www.thebroad.org
KELLY WEARSTLER
8440 Melrose Ave. El sofisticado mundo de la decoradora desplegado en un showroom que ilustra a la perfección el Hollywood Regency. www.kellywearstler.com
Sí, Los Ángeles es también la capital de los excesos, el de las estrellas que se inyectan bótox en las axilas, la ciudad de Marciano Art Foundation, donde una exposición inmersiva de Yayoi Kusama alaba la próxima era de Acuario: With All My Love For The Tulips, I Pray Forever (“Rezo siempre, con todo mi amor a los tulipanes”). Creo que ya podemos dejar de juzgar la exposición que Bon Marché organizó en París el otoño pasado: desde las playas de Malibú hasta las boutiques hipsters de Silver Lake, el equipo comercial de los grandes almacenes parisinos de la riviera izquierda saqueó la ciudad de Los Ángeles para hacerse con todas las provisiones de las últimas tendencias. Mientras en los años ochenta Nueva York inventaba el individualismo triunfante, en Los Ángeles resucitaba un espíritu comunitario un poco blando. Superada la crisis del rendimiento obligatorio y del cuerpo máquina, ha llegado el encanto de la felicidad a medida y los mojitos ecológicos para olvidar los incendios que devastaron la ciudad. El dinero ha dejado de ser blanco o negro, al igual que la decoración de los caros lofts de los héroes de Tom Wolfe. Ahora todo es tecnicolor con tendencia rosa para aquellos que quieren creer que la vida en Hollywood puede ser un trabajo fácil, a la sombra de los escándalos del #MeToo. Así lo atestigua el éxito rotundo del programa Psychology and the Good Life, lanzado en enero pasado en la Universidad de Yale. A los pocos días de abrirse la matrícula, ya contaba con 300 estudiantes, y la cifra se multiplicó por cuatro en tres días, o lo que es lo mismo: se apuntó un cuarto de los matriculados en la famosa universidad. Todo brilla en Los Ángeles. Para creerlo, tan solo hay que leer My Face for the World to See, el maravilloso libro escrito por Alfred Hayes en 1958: “Sí, pensé, tal vez la ciudad era exactamente como debía ser. Desde este ángulo extraño, su ángulo, por fin pude comprender por qué, a pesar de todo, ella amaba esa ciudad, y llegué incluso a considerar que este lugar era completamente fiel a su esencia: aquí el strass ha sustituido al diamante”. Californian Vintage, Spiritual Gangster, Cotton Citizen, People Places & Things, Jeff’s Natural, Naturally Clean Fats: en Los Ángeles, una marca es una identidad que aúna imagen y ego, en nombre de todo aquello que se supone que mejora la vida, refuerza el sistema inmunitario y desintoxica, pero siempre consumiendo algo. Aquí todo empieza con el negocio del bienestar, desde joyas con piedras semipreciosas a la granola sana, pasando por los productos cosméticos naturales. Todas las estrellas convergen en la moda, el deporte, la tecnología, la tierra y el sol los 365 días del año. Todavía podemos usar las palabras de Alfred Hayes para juzgar lo que sucede en L.A.: “Madre mía, ¿los hombres? Los hombres no eran más que un accesorio que las mujeres necesitaban llevar, además de su ropa”.
Mientras escribía este texto pensaba en aquellas vacaciones en Beverly Hills que tanto disfruté. En ese extraordinario rosa, que pertenece a Los Ángeles tanto como el azul Majorelle a Marrakech y el turquesa a Capri.
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