Criaturas alegóricas, mujeres-pez de canto seductor, fueron adoradas por los antiguos. En Spring Hill (Florida), bailan desde hace casi 70 años entre peces y manatíes. El sueño americano sumergido en un lago azul con colas de satén y sonrisa de cuento.
Texto: Plàcid García-Planas
“El canto de las sirenas es, a la vez, esa poesía que debe desaparecer para que cobre vida y esa realidad que debe morir para que nazca la literatura”.
– Tzvetan Todorov
¡Existen! Las sierenas existían hace 3.000 años en templos asirios que las adoraban en grandes piscinas y siguen existiendo hoy en un paradisiaco estanque de la edad dorada del roadside tourism. Esther Williams y Elvis Presley estuvieron aquí y aquí siguen: en Weeki Wachee, en el corazón de Florida, en un espectáculo creado en 1947 y que sigue tan impoluto como sus aguas: no han cambiado ni los bancos del auditorio hundido en el lago. Las sirenas respiran por unos tubos que Newt Perry, un instructor de la Navy, inventó expresamente para este espectáculo tan de motel. Nos cuentan cuentos de Hans Christian Andersen y bailan sincronizadas entre peces y manatíes, capeando sumergidas las fuertes corrientes internas de este lago de agua dulce.
Antes de que Disney aterrizara en Florida. Antes de que los cohetes despegaran de Cabo Cañaveral. Como el tiempo pasa y llevan ya casi siete décadas danzando en el fondo del agua, las sirenas van envejeciendo y un grupo de veteranas ofrece regularmente sus coreografías mientras llegan las jovencitas, unas estilizadas, otras con michelines: la ilusión es húmeda y no puede acabar nunca. Es el sueño americano sumergido en un lago azul de los indios seminolas: sirenas que debajo del agua cantan Good Bless the USA, de Lee Greenwood, “From Detroit down to Houston, and New York to L.A.… Well there’s pride in every American heart, and its time we stand and say…”.
Hay algo inquietante en la bandera americana que las sirenas sumergen en sus aguas, como las barras y estrellas bordadas que se hundieron en Pearl Harbour. Algo inquietante en la pureza de este lago. Como si todo fuera demasiado hermoso y en algún lugar del estanque se intuyeran, invisibles, los tiburones. Porque el tiburón come sirenas. En 1975 atacó a una de Weeki Wachee: la chica abandonó una fiesta nocturna en Nueva Inglaterra para bañarse desnuda en el mar. Tras acercarse nadando a una boya fue atacada por algo surgido de las profundidades que la arrastró por el agua entre gritos. La joven desapareció en el oscuro abismo. A la mañana siguiente, la policía encontró sus restos mutilados en una playa…
Así acabó la vida de Susan Backlinie, una exsirena de Weeki Wachee. Pero esta historia es irreal, porque ella no murió de verdad. Simplemente, la chica había dejado de ser sirena para hacerse actriz e interpretó el papel de Chrissie en la película Tiburón, de Steven Spielberg. Los tiburones no existen. No queremos que existan. Sólo existen las sirenas. El agua de Weeki Wachee, con su brillo perturbador. Esther Williams y Elvis Presley, fans de este espectáculo, siguen aquí. Y sirenas gorditas que beben Coca-Cola debajo del agua.
“Ten cuidado con tus sueños; son la sirena de las almas. Ellas cantan, nos llaman, las seguimos y jamás retornamos”.
– Gustave Flaubert
El Estado temático
No está ni entre los 20 estados más grandes de EE UU, pero en sus 170.304 kilómetros cuadrados de superficie, Florida apiña decenas de parques temáticos. El pionero, en 1971, fue Disney World y el último, el esperado Skull Island: Reign of Kong, de próxima inauguración, que propondrá un viaje a la isla del célebre gorila gigante. El turista puede además aprenderlo todo sobre la fauna marina mientras disfruta de chapoteos y piruetas en Seaworld, luchar contra cocodrilos en Gatorland o acompañar a Jesucristo en su peregrinar por la Judea del siglo I. Sólo los de Disney producen más de 2.500 millones de dólares al año. Weeki Wachee es al tiempo uno de los más antiguos –el año que viene celebrará su 70 aniversario– y uno de los más insólitos. En los sesenta, llegó a tener 35 sirenas en nómina. Hoy, ante una competencia, hay una veintena. Son una especie en peligro de extinción.
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