La obra que muestra cómo una mujer enfrenta el patriarcado cotidiano con humor y picardía en la España vacía, secreta y silenciosa. Por Patricia Jacas
Se planteó la posibilidad de una gira (¡una gira!), por los pueblos de Alfoz de Olmedo. Belén Sobrino, alcaldesa de Fuente-Olmedo, me había visto en el verano de 2018 representando De una soledad muy parecida a la felicidad en la era que está frente a la casa de veraneo de Inés García-Albi, mi socia en esto. El Pacto de Estado contra la Violencia de Género le permitía gastarse unos dineros en la causa, y se le ocurrió que, en lugar de los típicos folletos, podría hacer algo divertido. Así que llamó a Inés, y a los alcaldes de Aguasal, Almenara, Bocigas, Llano de Olmedo y Puras, y entre todos organizaron el fin de semana. Entre el 10 y el 12 de mayo iríamos de pueblo en pueblo, carretera y manta, representando La mujer sola en la España vacía, secreta, silenciosa y horizontal.
La mujer sola es un texto muy setentero y muy italiano y muy correcto a ojos de hoy. O todo lo contrario, según se mire. María, la protagonista, se encuentra encerrada en su casa, víctima de una marido rústico, celoso y violento; un cuñado tullido, manco y pervertido, un vecino mirón, un maníaco telefónico que la acosa con procacidades y unos hijos que van a la suya. Entretanto aparece un jovenzuelo enamoradizo y ocurre lo irremediable. La anécdota es superflua. La gracia radica en los chistes que María, mujer madura y cargada de sensualidad, ingenuidad y picardía, va soltando como quien espolvorea azúcar glas sobre la ensaimada de la vida. Y así se quiso plantear la representación: una mujer iba a ir de pueblo en pueblo, plancha en mano, desnudando su peripecia ante los vecinos, algunos sí seriamente concernidos, de los pequeños pueblos de Castilla.
Llegamos a nuestro campamento base después de madrugar como mineros. Ensayé en el coche con grandes dificultades porque todo me distraía: un águila, la cruz del Valle de los Caídos, Inés hablando en voz baja pero audible, Keith en su duermevela, mis recuerdos y mis terrores de amnesia. Mientras ellos fueron a buscar provisiones yo me quedé filmando cápsulas de vídeos para las siguientes representaciones. “Antonio, que no me busques que me he escapao”. El campo estaba lleno de Kenzos. Amapolas con la textura de papel de seda encerado. Bermellón en su apogeo. Me tendí entre ellas y el viento en completa soledad.
La primera representación fue en Fuente-Olmedo. Preparamos con esmero el escenario: ¡venían más de 40 personas! Ahí estaban Belén Sobrino, su marido y sus hijas, Carlos Sobrino, el arquitecto, y Javier, el alfarero, y Mari Beni y Julia y una trabajadora de las cárceles que me instó a escribir y a compartir nuestra experiencia, y Montse, de la taberna de Fuente de Santa Cruz. Y el vino, y las salchichas y el vino y el queso y el vino y el vino y el vino y la excitación de haber hecho las cosas bien.
Soy una irresponsable y me olvido del mañana. Pero el mañana llega, ¡jo, si llega! Sábado, tres funciones por delante y la resaca de mi vida. Aguasal. Iglesia imponente. Todo el pueblo cabría entre sus muros. La escuelita republicana, blanca, sobria, de una sola estancia, en medio de la plaza (un solar de casas derribadas), acoge a unos 25 adultos y un par de niñas que hoy se han encontrado una golondrina que no puede volar. Y no dudan en sentarse en primera fila. Y en tocarlo todo. Y no estoy de humor. Está el señor cura, también. Es moderno y joven, entenderá. Recoge a las vecinas en sus casas y las lleva en su coche al pueblo donde haya misa esa semana. Sale la función a trancas y barrancas porque ni yo estoy en forma ni las niñas ayudan a concentrarse. Pero acabamos. Me encuentro fatal, con ganas de vomitar, todo el pueblo está infestado de coleópteros que zumban y se te posan (parece ser que ayudan a la fertilización de la alfalfa), y hace calor. Y me duele la cabeza y tengo el estómago del revés. Me voy al lado de Keith que se ha sentado en un banco alejado. El único defecto que le encuentro a los españoles, dice, es que eternizan las despedidas. ¿Por qué no pueden decir adiós e irse, sin más? En este momento me parece que está en posesión de la verdad. Y qué bien su plan: está, pero si quiere, no. Aquí se aprende que después de cualquier cosa siempre se abre una docena de botellas de vino y sale una empanada y un queso.
Conseguimos volver a casa. Me voy a la cama sin comer, sabiendo que no dormiré ni un minuto. Moreneta, que en realidad se llama María y que ha venido expresamente desde Madrid, ha hecho unas fotos preciosas pero estoy tan maltrecha que cuando se va no tengo ánimos de despedirme y aunque la oigo marcharse no digo nada. Me atormenta esta actitud mía.
Por la tarde nos acercamos a Almenara. Al llegar veo a Rubén con su familia: los gemelos y su mujer. Nos saludamos por primera vez en persona. Rubén me ha compuesto dos canciones maravillosas y nos conocemos virtualmente por Julio Valdeón, amigo común. El ambiente está cargado: el alcalde ha organizado una comida de hermanamiento entre los vecinos, adelantándose a San Isidro, y el pueblo está ajumado y pendenciero. Conseguimos empezar la representación. Al poco aparece Lucio en el quicio de la puerta que, por desgracia, está a un par de metros de mi escenario. Lucio está ebrio y canalla y en su lado de la frontera. Y me increpa, en medio de mi discurso: ¡pero si no sabes planchar! ¡Pero que vas a quemar los botones! Las señoras de primera fila le silban, le gritan: ¡cállate Lucio! pero él ni piensa: ¡¡que no sabe planchar!! Y yo trato de mantener la calma y seguir el hilo. Me da una rabia enorme porque ha venido a verme El Actor de Olmedo. Quería quedar bien delante de él, pero Lucio me lo está poniendo rock duro. En medio del barullo no hay más remedio que parar la función porque entre los abucheos del público (a Lucio, ¿eh?, no a mí), y los abucheos de Lucio (a mí, ¿eh?! no al público), me pierdo y, lo que es peor, Keith, mi cuñado, mi teléfono, mi bocina y mi apuntador, está completamente perdido también. Así que detenemos la función y aviso al respetable que seguimos desde el punto X. Bien, se hace un pequeño silencio, alguien consigue que Lucio se esfume y reemprendo la función. De repente, en medio de algún momento decisivo, se abre la puerta y se desliza estentóreamente un chaval con patines en línea que pasa a 10 cm de mi tabla de planchar, con riesgo para su cabeza. Estupor general, pero disimulamos. El chaval le pregunta a su madre (que está en tercera fila) algo sobre la merienda y una vez satisfecha su curiosidad da media vuelta y vuelve a pasar a 10 centímetros de mí, sale por la puerta y desaparece. Se intuye que va a haber cinco minutos de continuidad, cinco minutos en una representación de treinta y cinco es el 14% de una representación que lleva, en realidad, quince minutos desarrollándose. Es decir, que llevamos gastado el 33% de la obra. Y así, sin el menor bochorno, se levanta una chica haciendo trenzas con las piernas: perdona, pero es que me meo. Y se larga. En la andanada final, cuando solo falta un minuto para acabar, cuatro mujeres se levantan también y atraviesan el escenario. Sin poder contenerme les ruego que se queden, que solo queda un minutillo, que no se lo pierdan, que les va a gustar, pero ellas, implacables, pasan por delante y chau. Consigo terminar, enfadada. Algunas mujeres se acercan, indignadas por la actitud de sus vecinos. Hay un candidato de C’s que me quiere endilgar propaganda electoral. Le hago caso porque nadie me hace caso a mí, así que es mi único asidero en ese Dogville vallisoletano.
Entre risas, ya más calmados, volvemos a casa de Inés a pasar un rato antes de la última función del sábado. Viene Rubén con su guitarra y le obligo a tocar nuestra canción. La resaca ha remitido ya y bromeamos con lo que nos acaba de pasar. Llevo todo el día en camisón, bata y sandalias de cuña de corcho, con el pelo recogido de cualquier manera, soy la mujer sola dentro y fuera.
Volvemos a la carga: Bocigas. El local más grande de todos, el que ha convocado a más gente. Silencio. Ni una risa. Frío intenso en forma y fondo. Al acabar, Churrín aparece con sus jamones y entra algo de vida, de olor. Cenamos en Fuente de Santa Cruz. Me pongo delante de mi próximo patrocinador, Álvaro Basterra, el presidente del Marítimo de Bilbao, mi destino en junio. Es DE BILBAO. Yo me troncho con sus historias y me relajo un poco. Mañana solo quedan dos funciones.
Domingo, Llano de Olmedo. El Ayuntamiento, recoleto, verde por dentro, tiene una luz bonita. La sala está llena. Ríen cuando tienen que reír, callan cuando tienen que callar. Un señor, al fondo, cruzado de brazos y mosqueado. Una señora, atrás, indignada mira a todo el mundo de reojo. Alberto Urmat me agradece mi expresividad: tienes una cara que lo dice todo, no cambies nunca. Gracias, Alberto. Una artista circense me saluda a la salida. Se rumorea que puso en aprietos a su exmarido por tener en casa animales peligrosos (cobras y cocodrilos) cuando se largó con otra. ¡Qué menos! Otra vecina, discreta, se deja sobar la la espalda con insistencia por mí. Me he pedido 800 deseos, siempre variaciones del mismo.
Les propongo hacer un vídeo a todos los del pueblo y acceden encantados. Es un momento bonito y sin doblez. Todos (los pocos que somos) estamos felices y unidos en esta hora del mediodía castellano.
La última parada, el domingo por la tarde, es en Puras. Otra iglesia más enorme, si cabe. Ha venido Miguel Ángel Quintana a verme, profesor de ética en Valladolid. El local del ayuntamiento tendrá 25 metros cuadrados. Se acomodan unas 18 personas, 4 críos incluidos. Voy para allá. No he perdido la ilusión, me entrego como el primer día. La niña más mayor se asusta cuando saco la escopeta y se la tienen que llevar. Sale una función bonita, aunque algo deslucida por falta de gente. Pero nos hacemos la foto y charlamos con los puritanos. El alcalde, Teófilo, nos enseña la iglesia y la otra iglesia, que es su bodega. Falcon Crest en Puras. Lo que se cocerá en esos viñedos, válgame dios. Abre unas botellas apreciables. Volvemos a Fuente Olmedo, cenamos cualquier cosa y nos vamos tarde a la cama. Teniendo en cuenta que mañana nos hemos de levantar a las 5, siempre es tarde. Dura vida la del comicastro en ruta.
En el taxi me despido de Marcos que va directamente a trabajar: Gracias, Marcos, por todo. Gracias a vosotras, que me habéis machacado de forma insuperable, contesta, con su acento pijo bohemio encantador. Pasa media hora desde que estoy en mi casa, de camino al mercado a comprar
comida. No puedo evitarlo y escribo a Inés: te echo de menos. Lucio repite, desde Almenara de Adaja, algo más sobrio:
—¡Pero qué coño, si no sabía planchar!
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