Se le dan bien los dramas antiguos. El último, ‘Colette’, repasa la vida de la escritora francesa cuyos primeros libros firmaba su marido. Por Miguel Ángel Bargueño
A Keira Knightley (Teddington, Inglaterra, 1983) no la dejan ser normal. No se sabe si es por envidia o simplemente porque mucha gente detesta encontrarse a una estrella de cine ejerciendo de ciudadana corriente en el supermercado, o de compras por la calle. Exigimos que a los actores y las actrices el éxito no se les suba a la cabeza, pero, por otro lado, nos confunde que lleven una vida alejada del glamur que se les presupone. Como ha contado en varias ocasiones, rara vez se le acercan para mostrarle admiración; lo habitual, dice, es que la paren para decirle que no les gusta su última película, que no les gusta su cara o que no les gusta verla comprando pañales. Algunos le tienen (casi) tanta tirria como a Gwyneth Paltrow.
Keira es un desafío para los mitómanos. No da escándalos, no lleva una vida sentimental agitada. Está casada desde hace ya siete años con James Righton, teclista del grupo The Klaxons; tienen una hija de 3, Edie. Los vestidos despampanantes los deja para las películas (es regularmente requerida para historias de época); cuando la cazan los paparazzi suele ir en vaqueros y deportivas. Es disléxica. Sus formas desafían los estereotipos clásicos de las mujeres de Hollywood: muy delgada, el Daily Mail llegó a publicar que sus medidas promovían la anorexia, acusación a la que ella respondió con una demanda.
Su capacidad para salirse de la norma y su predisposición a encarnar a mujeres de tiempos pretéritos confluyen en una de las cuatro películas que ha estrenado este 2018: Colette. Dirigida por Wash Westmoreland, narra la vida de la célebre escritora francesa de la Belle Époque cuyas primeras obras firmaba su dominante marido, 14 años mayor. Abiertamente bisexual, Colette alcanzó la gloria en 1944 con la novela Gigi, llevada al cine por Vincente Minnelli en 1958. Aunque la idea del filme surgió hace dos años, su estreno ha venido a coincidir con la estela del movimiento #MeToo y con otras cintas que también refieren el sometimiento que tuvieron que soportar escritoras del siglo XIX, como Mary Shelley (Haifaa al-Mansour, 2018).
“Es maravilloso interpretar a mujeres inspiradoras y dar a conocer sus historias y sus voces”, ha contado Knightley a Variety. “Colette cuestionó la idea de género y la idea de qué es naturalmente femenino en oposición a lo que la sociedad impone como femenino. La década de 1890 en Francia fue de mucha libertad sexual. Colette tuvo amantes mujeres y lo que supongo que podríamos llamar un amante transgénero. Ella sentía que tenía derecho a dar y experimentar placer, lo que sigue siendo un concepto revolucionario de mujer”.
No hay que confundir su aire relajado con indiferencia hacia temas que preocupan a la sociedad en general y a las mujeres en particular. En 2014 se dejó fotografiar haciendo topless para la revista Interview, mostrando así su rechazo al veto de Instagram a los pechos de la mujer, y aunque simpatiza con el partido laborista cree que es bueno que su país esté dirigido por una mujer (Theresa May) que simbolice el liderazgo femenino. En el programa de televisión de Ellen DeGeneres habló de su aversión a las princesas Disney de películas como Cenicienta o La Sirenita, y no deja que su hija las vea. “La chica siempre espera que un rico príncipe la rescate. No. Rescátate tú misma, obviamente”, dijo.
Empieza a estar un poco harta de tener que justificarse por protagonizar dramas de época. “Hay una percepción negativa de ellos, porque son predominantemente femeninos”, protestó el pasado septiembre durante la presentación de Colette en el Festival de Toronto. Señal de que se muestra impermeable a este tipo de comentarios es que ha dado vida a personajes de Jane Austen (Orgullo y prejuicio, 2005) y León Tolstói (Anna Karenina, 2012). Pero sería injusto encasillarla. También ha sido compañera de aventuras de Jack Sparrow en Piratas del Caribe y resulta de lo más convincente interpretando a mujeres contemporáneas en comedias románticas como Love Actually (2003) o Begin Again (2013). Ha trabajado tanto en producciones independientes de Harvey Weinstein (“Siempre me trató con profesionalidad”, ha declarado) como en bombazos de taquilla. Es inclasificable; en todos los sentidos. Mientras daba los últimos retoques al texto miraba por la ventana y parecía de noche: eran las 11 de la mañana. Es lo que tienen los días grises de otoño, que le sumen a uno en un jet lag sin siquiera haber salido de Madrid.
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