Actuar ha sido una droga y una filosofía que la ha convertido en el rostro del cine francés. Juliette ya no teme a nada, o todo lo contrario. Pasen y vean.
Juliette Binoche lleva pantalón ‘fisherman’ de rayas, chaqueta negra de satén, camiseta con logo bordado y mocasines, todo de LOEWE, una marca que la actriz conoció al ver uno de sus célebres escaparates, y de la que destaca “unas formas y colores poco habituales”.
Texto: Joana Bonet y Mariló García
Fotos: Nacho Alegre
Director creativo: Enrique Campos
Es una de esas mujeres pequeñas que parecen altas, con pisada de bailarina, un aire discreto y un perfil de ave delicada que te clava los ojos como chinchetas. Cómo no desear que te mire la Binoche. Que te conceda un minuto de existencia en su visión panorámica, en su mirada fulminante, en su silencioso erotismo, resulta casi una epifanía. Juliette es voluptuosa en silencio, sin que se note, sin maquillaje. En su vida profesional viaja en jet privado pero en su intimidad se descalza, es una mujer de cara lavada, una madre amantísima que educa a sus hijos entre la libertad y los límites. Ha vivido intensamente, ha tenido amores con hombres atractivos, y es capaz de trastocarlo todo cuando estalla su risa gruesa, grave, la de quien asegura que “actuar es la forma más maravillosa de autoconocimiento; una droga maravillosa. Como ser filósofo, pero con tu propio cuerpo”.
Se sienta en una butaca bordada en oro del Hotel Ritz. Pide un risotto. Lleva un fular de cashmere, y al rato nota una corriente de aire. Se cubre el cuello, se levanta. Detecta la puerta entreabierta por donde se cuela un aire helado y nos cambiamos de mesa. Binoche es actriz ante todo, una comedienne française. Distinguida por bordar el drama de autor de alto voltaje –La insoportable levedad del ser, Los amantes de Pont-Neuf, Herida, Alice y Martín, Las horas del verano, Copia certificada…–, nos golpeó con Tres colores: azul, una elegía a la libertad cuyo purgatorio trastocaba el sentido de la vida, y demostraba que nada era lo que parecía, excepto el dolor. Con El paciente inglés ganó el Oscar y de la mano de Haneke alcanzaría la perfección. El año pasado estrenó Nadie quiere la noche, de Isabel Coixet, de quien dice que “confía en los actores y gracias a eso las escenas cobran vida”.
¿Qué quería ser de pequeña?
Yo quería ayudar a los niños, a los pobres… Cuando era niña, tenía muñecas rotas y siempre jugaba a los médicos, organizaba un hospital especial para ellas.
¿Cuándo llega el cine a su vida?
Nunca había pensado en hacer cine. Yo era más de teatro. Me imaginaba como parte de una compañía donde trabajáramos todos juntos. En un círculo sin jerarquías. El cine fue una sorpresa para mí. Pasé de un mundo a otro, del universo de un director a otro… Y las separaciones al final de los rodajes: cada uno vuelve a su vida, ¡terrible!
¿Cómo ha protegido su intimidad de los peajes de Hollywood?
Hollywood nunca me ha atraído y no he entrado en el sistema. Siempre quise ser independiente. He preferido trabajar con directores de otros países a ser famosa y ganar mucho dinero allí. Mi ambición ha sido siempre mucho más subterránea. Me refiero a su vida privada… Siempre he denunciado a los fotógrafos… En Francia las leyes nos protegen, y hay un momento en que se hartan de pagar indemnizaciones. Tampoco me expongo, ni expongo a mis hijos. He sido muy estricta con esto.
¿Cuándo sintió que vivía como le apetecía?
Creo que hay un encuentro entre la llamada de nuestro destino y lo que nos ofrece la vida. No solamente soy yo la que toma mis decisiones. Con cada paso que doy, el camino se construye; no está trazado, pero tampoco soy yo sola quien lo marca.
Ha venido a Madrid a recoger el Premio Women in Action! Usted lleva años luchando a favor de la igualdad…
No es sólo la igualdad, es mucho más: si vivimos sin lo femenino, no evolucionaremos. No se trata tanto de conseguir la igualdad; la mujer aporta otra visión y otra fuerza y es el poder masculino lo que nos está llevando a un callejón sin salida. Yo siempre he sido muy competitiva con los hombres. Pero el cine está evolucionando: ahora las mujeres hacen películas –que hablan de nosotras, además–, y están ganando confianza. Se trata de un proceso lento, pero esperanzador.
En la ficción siempre ha mostrado el dolor de una forma muy sutil, pero ¿cómo lo percibe de verdad?
El dolor permite alcanzar un conocimiento de uno mismo y progresar. No deberíamos tenerle miedo. La gente dice que es mejor no pensar en él, pero es un engaño, una ilusión. Hay que entrar en el dolor de lleno para poder transformarlo. Sólo es posible elevarse si uno ha descendido… aunque es verdad que el dolor es una sorpresa cuando llega el primer desamor.
¿Qué se aprende con los años?
Con la edad uno aprende, ante el temor al rechazo, a ser humilde; aprende a amar y no sólo a poseer al otro, a medir antes de juzgar. La felicidad se encuentra cuando uno acepta que puede disfrutar de las cosas pequeñas. La felicidad no está en las cosas grandes, en los hotelazos con muchas estrellas.
Pero con cinco estrellas se duerme bien, ¿no?
Sí, es algo que puede apreciarse, claro, pero no puedes identificarte con ello. Si no, estamos jodidos. Esto permite no engañarse, no equivocarse. La identificación con muchas estrellas nos hace pensar, por ejemplo, en Donald Trump… [Se carcajea y simula un tiro en la sien.] Pienso en positivo: el hecho de convivir con tal mezquindad hará que surjan en nosotros ganas de otra cosa. Es una bendición oculta. Pero no puedo dejar de preguntarme: “¿Cómo es posible que hombres, ¡y mujeres!, le hayan votado?”. Va más allá de mi entendimiento lógico.
También está sucediendo en Europa: en Francia avanza la ultraderecha… parece una novela de Houellebecq.
Sí, mira Hungría, Austria, Polonia… Todos se radicalizan hacia la extrema derecha movidos por el egoísmo proteccionista de cerrarse en sí mismos.
¿Cómo se rueda con Isabel Coixet en medio del hielo?
Nadie quiere la noche es una historia que me conmovió profundamente. Raramente me ocurre eso en un rodaje. Siempre hay un trampolín interior que hace que caiga de pie, como los gatos. Pero tras el rodaje tardé varios meses en reponerme.
Ha trabajado con maestros como Leo Carax, Krzysztof Kieslowski, Michael Haneke… Cine para pensar e intercambiar sueños.
Depende de lo que uno espere del cine. Y de lo que uno espere de la vida, del tiempo. Si quieres aprender algo de ti misma, tienes que buscar algo que te cambie y te aporte algo nuevo. No me gusta sentir que pierdo el tiempo, porque cuando eso me ocurre… ¡me desquicia!
Será una sorpresa verla en Ghost in the Shell, su primera superproducción desde Godzilla.
Aquí, mi personaje sale dos minutos y ¡muere! Es muy difícil morirse a los dos minutos… Aún no he visto Ghost in the Shell terminada, está en posproducción, pero me encantó la contradicción de mi personaje: una científica que crea una criatura que va a utilizarse como un arma destructiva.
“Hay que situarse en la pregunta, no en la respuesta. Uno siempre está vivo en la pregunta, sin red de seguridad”
¿Qué tipo de madre es: controladora, cómplice, laxa…?
Una mezcla de todo. Porque es cierto que los niños tienen que ser independientes, pero necesitan una estructura. Deben sentir que alguien les atiende, les escucha, les abraza y al mismo tiempo que tienen que tomar sus propias decisiones.
¿Cuáles son sus autores favoritos?
¡Duras! Me encanta Marguerite Duras. Es inmensa. Era una persona real, y es lo que me gusta: su verdad no se parece a la de nadie. En Francia tenemos a Molière, a Racine y a Duras.
¿Qué le da más miedo: envejecer, fracasar o sufrir?
Todo, y al mismo tiempo nada. Me encanta envejecer, hacer cosas, sentirme viva.
Es usted una mujer positiva y valiente.
Positiva no, se trata más bien de una necesidad de adquirir conocimientos, de ser real, de preguntarme cuál es la verdad en este preciso momento, qué puedo hacer. Es situarme en la pregunta y no en la respuesta. Porque uno siempre está vivo en la pregunta, sin red de seguridad. Si caemos, estamos muertos.
LAS MUJERES DEL CINE
“Las actrices no debemos aceptar papeles que no respeten a las mujeres. Tenemos que seguir luchando por nuestros derechos, pero hay que ir más allá del dinero”, afirmó rotunda Juliette Binoche durante la charla que mantuvo con la directora Isabel Coixet en el Espacio Telefónica de Madrid. Ocurrió momentos antes de recibir el Premio por su trayectoria y trabajo en favor de la igualdad en el cine que le entregó CIMA (Asociación de Mujeres Cineastas y de Medios Audiovisuales). Este primer galardón Women in Action! es “una llamada de atención a los hombres, una gran responsabilidad para ellos, pero también para nosotras, que debemos expresar lo que necesitamos. Debemos buscar la armonía entre lo masculino y lo femenino”, dijo la actriz. Adriana Hoyos y Juana Macías, responsables de CIMA, anunciaron además la beca New Women in Action! con una dotación de 8.000 euros, creada junto a Movistar+ para promover el talento femenino, y que se entrega a una guionista o directora emergente para su formación especializada.
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