Con las fiestas patronales salen del armario auténticas joyas de la indumentaria tradicional. Las mezclamos con prendas de esta temporada para que el pasado no deje nunca de estar presente. Por Almudena Ávalos Fotos: Javier Castán Estilismo: Enrique Campos
Los trajes tradicionales de todos los rincones de España han inspirado a grandes diseñadores como Balenciaga, Yves Saint Laurent, Christian Lacroix o John Galliano. De los talleres en los pueblos han dado el salto a la Alta Costura gracias al ojo de los genios de la moda y las familias que han sabido preservar sus tradiciones, de generación en generación. Concha Herranz, comisaria de la exposición Iconos de la indumentaria tradicional, que puede visitarse hasta el 13 de octubre en el madrileño Museo del Traje, afirma que el pionero fue Balenciaga. “Él diseñaba pensando en los pescadores y agricultores que vivían en su pueblo, Guetaria. Llevó a la Alta Costura prendas que estaban en uso a nivel rural como los pañuelos para la cabeza o las faldas volumétricas”. Juan de la Cruz, artesano tejedor y colaborador emérito del Museo de Historia y Antropología de Tenerife, es uno de los grandes expertos de vestuario tradicional en España y cree que “para poder utilizar recursos de este tipo de indumentaria en la moda actual tienes que ser un gran conocedor de esa ropa para poder sacarle partido”.
Ambos coinciden en que estas prendas, desde el siglo XVIII, han experimentado adaptaciones, pero pocos cambios estructurales. Herranz destaca dos: el mantón de Manila y los pantalones largos. El primero irrumpió en la moda en pleno Romanticismo y sustituyó a los pañuelos cruzados sobre el pecho. “Cuando las mujeres
pudientes decidieron dejar de llevarlo en 1865, lo adoptó el mundo tradicional como signo de modernidad y de poder económico familiar”. Dentro del vestuario masculino es interesante el paso
del calzón corto al pantalón. “Fue una influencia directa de los sans-culottes (así llamada la clase obrera de la Revolución Francesa por no llevar culotes como los sectores privilegiados). El mantón de Manila y los pantalones al tobillo son préstamos culturales de la moda”, afirma Herranz. “Ahora todo va más rápido pero antes, hasta que llegaba una novedad de fuera, pasaban meses. Por eso, los cambios se producían de manera dilatada”, concluye.
Gracias a la pintura, la literatura, la fotografía y los documentos familiares como cartas dotales y herencias, donde se describían las prendas, se tiene un rico registro documental. Un buen ejemplo es la Gorra de Montehermoso de Extremadura. Existe una fotografía de la boda de Alfonso XII y María de las Mercedes en 1878 en la que aparece una mujer montehermoseña con un pañuelo en la cabeza. Años más tarde, Sorolla y el fotógrafo Ortiz Echagüe retrataron en sus obras la icónica gorra de paja que conocemos hoy. Pensada para proteger a las mujeres del sol, acabó siendo un símbolo de fiesta. Ahora existen tres tipos: la roja para solteras, la amarilla para casadas y la negra para viudas. Pero ¿tiene sentido el folclore en los tiempos actuales de la globalización? “¡Más que nunca!”, afirma de la Cruz. “Si no queremos adocenarnos y quedarnos como un grupo sin ninguna peculiaridad ni diferencia es importante conservarlo. Por culpa de la globalización nos estamos haciendo cada vez más iguales”, recalca. Quien posee una prenda tradicional de su familia tiene una joya única, una historia sentimental y textil que habla de sus orígenes. Por eso es importante cuidarla, porque somos lo que conservamos.
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