‘Un lugar tranquilo’, el último trabajo de la actriz inglesa, es una historia de terror, como lo son algunas familias. Negoció su participación en casa: su marido, John Krasinski, sería el director solo si ella aceptaba el papel protagonista. Por Juan Luis Álvarez
“¿Quién me mandaría a mí meterme en esto?”, comenta entre risas Emily Blunt, actriz londinense de 35 años, refiriéndose al trabajo que presenta estos días, una historia de terror llamada con cierta ironía Un lugar tranquilo, que se estrenó el 20 de abril. Lo dice pensando en esas vacaciones a las que tuvo que renunciar –“el rodaje de la secuela de Mary Poppins ha resultado inesperadamente agotador”– porque se le cruzó un proyecto en el que además se enredaron las cosas del querer, que diría la copla. “Cuando el guión de Un lugar tranquilo apareció por casa y lo leí, no paré hasta convencer a John (Krasinski, su marido, actor y padre de sus dos hijos; también cineasta) de que, aparte de interpretarla, debía dirigirla. Él me dijo que solo si la protagonizaba yo. Y al final me quedé sin descanso. Pero, en el fondo, tampoco me importó tanto”. Emily tuvo buen ojo.
La película llega a los cines con el aplauso unánime de la crítica en festivales celebrados en diversos lugares estratégicos. Y eso que, en apariencia, no es más que la eterna historia de una familia de supervivientes en pleno apocalipsis, que para no ser masacrada debe evitar emitir el menor ruido. “Algo difícil con dos preadolescentes en casa y teniendo en cuenta que ella se queda embarazada y tiene que dar a luz. Y así he llegado a trabajar en un género que no me llama demasiado la atención. Pero esto es mucho más que un filme de sustos. Hay mucha profundidad en los personajes… Explica cómo los padres no podemos proteger a nuestros hijos de la brutalidad del mundo que hemos creado, algo que te aterroriza cuando te das cuenta de que no puedes estar allí siempre para guiarlos y, además, probablemente ellos no lo van a querer así”. Cuando surgió el proyecto, acababa de ser madre por segunda vez. “John y yo estábamos envueltos en ese ambiente de inocencia que te atrapa cuando llega un niño nuevo a casa, pero a la vez, muy conscientes de cómo, cuando tienes hijos, tu vida cambia para siempre porque las suyas son siempre más importantes que tu individualidad”.
Se le considera una actriz arriesgada. Tras sus inicios teatrales al lado de Judi Dench, en el cine se enfrentó pronto y con éxito al rodaje de El diablo viste de Prada (2006).
John Krasinski, popular por su trabajo en la serie The Office, es la pareja de la actriz desde 2008, momento en que ella se afanaba en ponerle consistentes cimientos a una carrera que comenzó “por probar; por ver qué pasaba. Sin estudiar, porque no estoy segura de que no pierdas en el proceso lo que puedes ofrecer”. Su enorme timidez, que la hacía tartamudear, desaparecía cuando imitaba a alguien. “Esta profesión tuvo además ese maravilloso efecto secundario e hizo desaparecer el problema”. De crianza exquisita –se codea con la realeza británica y hay parlamentarios destacados entre sus antepasados–, huye en cuanto puede, sin embargo, del liché de elegante actriz británica que eleva su naricilla por encima del vulgo. Se le considera una actriz arriesgada. Tras sus inicios teatrales al lado de Judi Dench, en el cine se enfrentó pronto y con éxito al rodaje de El diablo viste de Prada (2006). “Ahí, la mejor arma fue el peloteo”, explica divertida. Al lado de dos mujeres así, ¡cómo no vas a aprender! [se refiere a Meryl Streep y a Anne Hathaway]. Solo con ver el cariño que le pone Meryl a todo ya tienes suficiente”.
Por entonces era novia de Michael Bublé, con el que colaboró en algunas grabaciones, lo que le sirvió para encarar su trabajo en el musical Into the Woods (2014) desde otro ángulo, “pero hasta ahora no he querido llevar más allá de lo anecdótico el trabajo con mi pareja, porque, aunque sea sin querer, le quitamos protagonismo a la historia, que es lo realmente importante. Da mucho morbo, en plan: ‘¡Oh, Dios mío, un matrimonio que trabaja en el cine!’. Nosotros nunca nos involucramos en las decisiones del otro. Dicho esto, cuando leí el guion supe que no quería que nadie más que yo lo tocara”. Los Blunt-Krasinski comenzaron la aventura intentando hacer como que no se conocían. “No sirvió de nada. Las parejas tenemos un lenguaje secreto para comunicarnos que es imposible obviar. El día antes de mi primera escena estaba de los nervios; totalmente bloqueada y él igual. Claro, no sabes si tus procesos se van a alinear o van a chocar. Los dos somos muy enérgicos a la hora de opinar y hubo roces que solucionamos tomando un par de copas y charlando largo y tendido. El equipo nos tomaba el pelo y nos decía: “¡A ver si seguís casados cuando acabe la película!”.
Pero así y todo, la británica tiene entre manos un nuevo éxito a la altura de La reina Victoria (2009), La pesca del salmón en Yemen (2011) la estupenda Al filo del mañana (2014) o incluso La chica del tren (2016). “Mi padre era famoso por llevar a casa películas del videoclub que mi hermana y yo éramos demasiado pequeñas para ver. Por ejemplo, Alguien voló sobre el nido del cuco (1975) o Dos hombres y un destino (1969). Recuerdo la que armó mi madre cuando apareció con Pretty Woman (1990). Pero creo que todo eso ha contribuido a que me entusiasme con mi profesión. Tanto, que cuando John y yo nos conocimos decidimos, al mes más o menos, disfrutar juntos de nuestras películas favoritas. Llevamos una década y todavía nos quedan un montón”. Que así sea. Tiburón (1975) se lleva la palma. La han visto ya unas 25 veces.
Para ambientar el momento de escribir estas líneas que se refieren a un filme de escalofrío, una tormenta eléctrica de cuidado cayó sobre el delta del Ebro en plena Semana Santa. Fue muy de agradecer.
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