Leer en versos no había sido tan popular en décadas, y lo es gracias a una nueva generación de poetas encabezada por esta joven segoviana. Credibilidad, calidez y humildad son las líneas maestras de su obra. Por: Benjamín Prado Foto: Sergi Margalef
Elvira Sastre, capturada en el preciso instante en que le llega la inspiración. Es una chica seria con una sonrisa que la convierte en otra persona.
El respeto es lo contrario de las cuestas, más difícil cuando es de bajada, cuando lo siente por otros alguien que mira desde la cima, un lugar desde el que todo se ve insignificante y donde a menudo crecen las oscuras flores de la soberbia. Lo malo del éxito es la fama, porque no se pueden tener los pies en el suelo mientras te sacan a hombros o en procesión. Si a pesar de lo parecidos que suenan, ayudar y adular no son sinónimos, por algo será; y en cualquier caso, ya lo dijo Oscar Wilde: “Un tonto nunca se repone de un éxito”. Elvira Sastre es una poeta de las que no hay; le sobra talento, pero sabe administrarlo; es inteligente y demuestra que se toma en serio lo que escribe, porque tiene la única relación sensata que puede tenerse con la celebridad, sea mayor o menor, literaria o de cualquier otra clase: no creérsela. Sus poemas me gustan porque son ambiciosos y ella, porque es humilde, y además lo es cuando resulta menos común: mientras va ganando. En este territorio, quien llega a la cumbre para tener perspectiva, no para tomar distancia, es que sabe lo que es la vida y también lo que tiene que intentar ser un verso: la voz de muchas personas que sale por una sola boca. Se puede ser un gran autor por dos motivos: uno es inventar la pólvora, como quien dice; el otro, ser un resumen de todos sus lectores. A la joven autora de La soledad de un cuerpo acostumbrado a la herida o de Cuarenta y tres maneras de soltarse el pelo, la sigue la gente para ir a dar a sí misma, porque no es una predicadora, es una portavoz. Y confían en ella porque no hace fuegos para vender humo, sino para dar calor. La lees y te la crees. Y si en este delicioso mundo de todos los demonios hay algo que nos haga falta, son cosas en las que creer. ¿Por qué no en la poesía?
Elvira Sastre es una chica más bien seria, pero con una de esas sonrisas que convierten a quien las tiene en otra persona: de pronto, se ilumina y se parece a uno de esos fogonazos de sus poemas, donde en medio de la narración, de la historia, estalla un aforismo, brilla el ingenio. Crear es hacer crecer, y eso sólo hay una manera de lograrlo: primero, se cava; luego, sale la flor. Eso es lo que hace con sus textos, buscar la raíz, indagar persona adentro; y casi siempre, dar explicaciones y pedirlas, a menudo para hablar sobre la pérdida, la ruptura o el abandono, en una despedida en la que uno de los dos personajes en conflicto interpreta al perdedor de un combate, pero también a alguien que está seguro de que es mejor cargar con las culpas que sentirse vacío, lo mismo que si le dijera al otro: yo no tengo derecho a que me perdones, pero tú tienes derecho a que te pida perdón. Buena gente. Como persona, tiene mi cariño. Como escritora, cuenta con mi respeto.
‘Cuarenta y tres maneras de soltarse el pelo’
En su libro, ‘Cuarenta y tres maneras de soltarse el pelo’ (Lapsus Calami), aplica su estilo clásico y actual, suave y afi lado, a versos sobre la valentía de mirar de frente la vida.
Lo que ha protagonizado Elvira Sastre, a la cabeza de un grupo de nuevos poetas entre los que puedo citar a los que primero se me vienen a la cabeza, sabiendo que me dejo a otros en el tintero, a Loreto Sesma, Escandar Algeet, Teresa Mateo, Sara Búho, Irene G. Punto o Nerea Delgado, ha sido una auténtica revolución, en el sentido de que ha logrado que muchos espectadores salieran de sus recitales diciéndose: “¡Quién lo hubiera dicho! ¡Pero si me gusta la poesía!”. Lo cual vuelve a demostrar que para que algo te toque, primero tiene que estar al alcance de la mano, ponerte a tiro, acercarse a ti: el público no va, hay que llevarlo; y a estos escritores no se les han caído los anillos a la hora de actuar en bares, cafés o salas de conciertos. El resultado es que la renovación de los auditorios ha sido espectacular, el aumento del público, notable y, sobre todo, increíble la forma en que los versos han hecho acto de presencia en los medios de comunicación, se han colado hasta en las listas de los más vendidos y se han puesto tan de moda que hasta su relación con la música se ha dado la vuelta: antes, los poetas soñaban con que sus versos se convirtiesen en canciones: ahora, son los compositores quienes publican, uno tras otro y sea cual sea el género en el que se mueven, libros de versos. Gran noticia, porque la poesía es un arma cargada de futuro, por mucho que los de siempre se rieran de ese verso de Celaya que yo, sin embargo, pondría en las pizarras de todos los colegios del país. Para los que sólo creen en el dinero, lo que no tiene precio es invisible. Así les va. Así nos va, por su culpa.
La capitana de ese ejército liberador es Elvira, a quien he leído con gusto desde el principio, en quien tuve nada más echarle la vista encima una fe que ella, con su talento y su honradez, no ha hecho más que confirmar. Mi maestro Rafael Alberti solía decirme que cuando me hiciera mayor tratase de aprender de los jóvenes, y para mí todos sus consejos son dignos de ser atendidos. Cuando conocí a Elvira Sastre no la vi a ella, me vi a mí, acercándome a Rafael con 18 años, lleno de tanta ilusión como miedo. Y aquí estamos ahora los dos, ella y yo, cada uno con el número del otro marcado en el dado. Sus triunfos me hacen feliz y no dudo de que cuando pase la moda, seguirá aquí. Si alguna vez he acertado, ha sido ésta. Si va a ser alguien, será ella.
En un principio Benjamín quería titular esta Rara Avis ‘Buena poeta, buena gente’. Una descripción que, cambiando el género, también se ajustaría como un guante a su persona.
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