Industriales de vocación y creativos por imperativo del negocio. La nueva moda demuestra que Italia sabe venderse como nadie. Por Leticia García
A la izda., un póster de Max Mara de 1958 que la casa acaba de recuperar. Debajo, dos de las marcas que están renovando la industria italiana: N21 y MSGM.
TENÍAN LAS MANOS PERO NO LA IMAGINACIÓN. Italia lleva varios siglos siendo la fábrica textil de Europa. Sus tejidos de alta gama y su tradición artesana fueron (y son) reclamo indispensable para las grandes casas de moda parisinas. Sin embargo, el país, con la excepción de zapateros como Ferragamo o sastres como Zegna, no tenía grandes nombres propios en lo que a creatividad se refiere. Fueron las sagas familiares de la industria de la confección las que, a principios de los sesenta, y en pleno auge del cine y de las celebridades italianas, se dieron cuenta del filón que suponía unir moda, marca y patrimonio. Este relato, resumido y muy a grandes rasgos, es el que define los inicios de Tod’s, Missoni, Prada o Versace. El resto es historia.
Durante los años setenta y los noventa, Italia desbancó en el plano mediático a capitales como Nueva York o París. Sus propuestas desprejuiciadas para mujeres poderosas (Armani), intelectuales (Prada), divertidas (Moschino) o exuberantes (Versace) supusieron un soplo de aire fresco frente a las enseñas centenarias e históricas. Pero el tiempo pasa y, con él, llegan vaivenes sociales y económicos. El auge de la moda urbana (eminentemente norteamericana) y la exitosa resurrección de firmas parisinas como Balenciaga, Céline o Louis Vuitton, entre otros factores, ensombrecieron el legado italiano. Pero allí, industriales de vocación y creativos de profesión, siempre encuentran soluciones para todo.
Desde 2013, y hasta la fecha, las ventas de moda italiana crecen a razón de un 3% anual. El año pasado facturaron nada menos que 64,8 billones de euros. Una de las razones hay que buscarla en la reestructuración de la Cámara de la Moda, el organismo estatal que gestiona el Made in Italy y las firmas de lujo asociadas a él. “Ofrecemos infraestructura, formación y, en ocasiones, apoyo financiero”, explica Carlo Capasa, presidente de dicho organismo. Hoy se puede hablar de una nueva moda italiana que no solo no compite con los grandes nombres del sector, sino que refuerza su valor.
Attico, Número Ventuno, Palm Angels o MSGM, todas ellas enseñas jóvenes, son desde hace un par de temporadas citas obligadas (y esperadas) en el calendario de la semana de la moda milanesa. Otros viejos conocidos como Herno, Moncler o Aspesi han renovado sus equipos creativos y, además de seguir siendo punta de lanza de la indumentaria técnica, se han convertido en firmas de lujo por derecho propio. Para suplir las carencias de moda urbana y vanguardista, Italia ha dado un empujón mediático a Pitti Uomo, la feria florentina de moda masculina que maneja nombres como JW Anderson, Yohji Yamamoto o Craig Green. Mientras, los pioneros del negocio no se sienten amenazados por la nueva Italia, muy al contrario: Salvatore Ferragamo, Zegna y Gucci, entre otros, poseen escuelas para formar artesanos jóvenes y asegurarse así el legado creativo y material.
Se nota que la moda italiana nació del negocio, y no al revés. Orgullo nacional y fuente de riqueza y empleo (más de 650.000 personas trabajan en el sector), los italianos saben cómo venderla. Y venderse. Baste un ejemplo revelador: según un estudio de la consultora KPMG, la denominación de origen Made in Italy es la marca más valorada en el mundo después de Visa y Coca Cola.
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