Cien años después de su nacimiento, el carismático y apasionado compositor de ‘West Side Story’ reafi rma su categoría de gran icono del siglo XX. Por Roger Sabatés
En vida, el genio de Leonard Bernstein sólo conoció interrupción durante cinco días. Ese fue el tiempo que medió entre el anuncio de su retirada, un 9 de octubre de 1990, y su muerte a los 72 años. El resto fue un excepcional despliegue en una única biografía de los papeles de compositor, director de orquesta, pianista, presentador de televisión, autor, profesor y hasta activista investigado por el FBI. En la desmesura, el músico encontró un camino para romper convenciones hasta ser recordado hoy, coincidiendo con el centenario de su nacimiento, como la mayor estrella de la música clásica del siglo pasado.
La envergadura de la efeméride de 2018 parece estar a la altura de alguien que confesó aspirar a ser amado por todas las personas del mundo. Desde Tokio a Oslo pasando por Madrid, numerosas ciudades han recuperado West Side Story, la obra popularizada por el cine con la que Bernstein revolucionó el teatro musical en el Broadway de los cincuenta. El montaje, que vuelve a trasladar el mito de Romeo y Julieta a un conflicto más actual entre pandillas urbanas, y que se podrá ver hasta el próximo enero en el Teatro Calderón de la capital española, es una creación que ha pasado a la historia por su singular unión entre la música clásic ay los géneros populares como el jazz, el pop o los sonidos latinos. El neoyorquino, que admiraba por igual a Beethoven y a The Beatles, sacudió la solemnidad de las composiciones clásicas y accedió al gran público a través de melodías frescas. Por eso, el escritor Tom Wolfe le otorgó el mérito de ser “el hombre que ha roto más que ningún otro la barrera entre la música de élite y los gustos populares”.
El maestro invita a un concierto
Bernstein no solo cambió la música, también la forma de enseñarla. “El maestro invita a un concierto”, que Siruela acaba de reeditar, reúne quince de sus lecciones magistrales.
Bernstein, que dirigía con excelencia ilustres orquestas al tiempo que mantenía a millones de espectadores pegados al televisor como divulgador, también se esforzó en estirar al máximo los límites de su compleja intimidad. Fumador compulsivo y amante del whisky, este creador hiperactivo compaginó su abierta bisexualidad –y una conocida promiscuidad– con una fluida relación doméstica con su esposa, Felicia Montealegre, y sus tres hijos: Jamie, Alexander y Nina. Y, pese al peligro de ser señalado como comunista en la época de la llamada caza de brujas en los Estados Unidos, tampoco tuvo reparos en posicionarse públicamente en contra de la guerra del Vietnam o del apartheid en Sudáfrica.
A la espera de que Hollywood dé forma a estos elementos en dos biopics que prevé estrenar en un futuro inmediato, el presente ya ha reclamado la necesidad de celebrar la grandeza de un maestro al que el también compositor y director de orquesta Gustavo Dudamel ha juzgado recientemente como inmortal: “Leonard Bernstein fue un hombre de su tiempo y un hombre para todos los tiempos”.
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