Aunque hoy su obra es un referente, pocos saben que Sonia Delaunay empezó a mezclar arte y moda en su tienda de Madrid
Ni siquiera en sus diarios aparecen notas precisas sobre su estancia y trabajos en España, como si ese tiempo hubiese sido más de tránsito que de búsqueda. Pero, hoy más que nunca, las investigaciones y logros de Sonia Delaunay (Odessa 1885-París 1979) y su influencia en la moda y las artes decorativas, desarrolladas a su paso por Barcelona y Madrid, son notables por su increíble actualidad.
El matrimonio de artistas plásticos Sonia y Robert Delaunay recibió la noticia del estallido de la Primera Guerra Mundial mientras pasaban el verano de 1914 en Fuenterrabía, en el País Vasco. La pareja y su hijo pequeño vagabundearon por el norte de España y Portugal, integrando en su obra cosas de su vida diaria. El abismo que media entre su estilo plástico (orfismo, versión de cubismo, según su amigo Apollinaire; o también simultaneísmo, como uso del color para crear formas geométricas) y el ambiente que les rodeaba era inmenso. A Sonia, que estaba pintando círculos y cuadrados en el porche de su casa portuguesa frente al mar, la denunció un vecino que la tomó por una espía proalemana que mandaba señales a los submarinos germanos.
Las mujeres de negro de su día a día miraban a la pareja de soslayo, pero ellos habían descubierto la luz meridional y su brillante velo. En 1917 la revolución soviética les pilló en Barcelona, adonde habían ido a encontrarse con Sergei Diaghilev, que, con todo su séquito de los Ballets Rusos, también se había exiliado en España. Sonia perdió la asignación que recibía de su familia rusa y, sabiendo que no podía vivir sólo de su pintura, se instaló con los suyos en Madrid.
En 1918 abrió Casa Sonia, en la calle Columela, cerca de El Retiro. Allí diseña por encargo de Diaghilev el vestuario de la ópera Cleopatra. Inspirándose en los sarcófagos del Louvre, las vendas de las momias egipcias se convierten en pañuelos de colores. Más tarde, Chanel también colaborará en el figurinismo con el genio de la danza rusa. Ella, por su parte, y mientras Sonia residía en Madrid, se acercaba a la frontera española, concretamente a Biarritz, donde abrió su primera tienda en 1915.
No muy lejos de allí, en San Sebastián, se exiliarían en el periodo de entreguerras otras dos grandes de la aguja: Vionnet y Lanvin. Pero es en Casa Sonia, y a través de las amistades de la artista en Madrid (Guillermo de Torre, cuñado de Borges; Ramón Gómez de la Serna, Vicente Huidobro y el influyente marqués de Valdeiglesias, director del diario La Época y portavoz de la Casa Real) como la vanguardia cala en las aristocracias mundanas, literarias y artísticas de la ciudad.
Tras realizar unas pinturas en torno a las bailaoras de flamenco, Sonia recibe el encargo de diseñar la decoración y el vestuario de un nuevo cabaret madrileño, el Petit Casino. Su estrella, Gaby, es su mejor difusora. La alta sociedad capitalina, que huye de la crisis haciendo de las noches una fiesta, aplaude a la artista y acude a su tienda a comprar objetos decorativos. Son objets trouvés en el Rastro: cacharros, pantallas, cestos, que ella transforma y con los que la intelectualidad y la burguesía se permiten ser transgresores y ultramodernos.
En esa España de misal y mantilla palpita controvertidamente un cierto espíritu provocador gracias a los artistas que colaboran en otras artes llamadas menores: no sólo las decorativas y vestimentarias, que Delaunay coloca en Casa Sonia a la altura de las Bellas Artes sin que se le caigan los anillos, sino también los carteles publicitarios para las avanzadas industrias de la cosmética, el tabaco y las bebidas alcohólicas, o las revistas y manifiestos que encuadran toda la intelectualidad y todos los ismos de la época.
En la revista Alfar, Guillermo de Torre escribe en 1923: “El interés de Sonia por las manifestaciones creativas consideradas menores la convierten en una adelantada a su tiempo, haciendo realidad los deseos utópicos de las vanguardias a favor de la construcción de la obra de arte total”. Ella ya había regresado a París, donde volvió a pintar y además continuó lo que había empezado en España: diseños de alfombras, vestidos, lámparas, tapicerías… “Sonia es simultánea”, decía su esposo. La más original. Esperemos que se le rindan otros tributos además de esas tibias referencias que reaparecen ahora en pasarelas y tendencias de moda.
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