Este 22 de marzo vimos al actor Asier Etxeandía en ‘Dolor y gloria’, el particular ajuste de cuentas de Pedro Almodóvar con su pasado. Por José Luis Álvarez Foto: Jacobo Medrano
Él lo achaca a la fascinación inherente al personaje, pero la primera aparición de Asier Etxeandía como maestro de ceremonias en el musical Cabaret –que le dio el empujón– es difícil de olvidar. Desde aquello le acompaña un público fiel que lo siguió embobado en su espectáculo unipersonal El intérprete, en el que repasaba infancia y adolescencia con sus canciones de cabecera, y que, ahora, cuando lo ve con Almodóvar, no puede menos que frotarse las manos. En Dolor y gloria, la nueva entrega del director manchego, representa a un actor con un vehemente monólogo sobre lo indispensable del arte en la vida. Para llegar hasta allí tuvo que pasar ocho pruebas. Cuatro menos que Hércules, que era un semidiós. “Lo paso fatal preparando los personajes porque me meto en unos bosques increíbles de los que luego no sé salir. Voy con el culo apretao todo el tiempo hasta que alguien dice: ‘¡Acción!’. Y a partir de ahí soy feliz. El momento en el que desapareces es maravilloso, cuando dejas de pensar en lo que tienes que hacer y simplemente lo haces. Esto ha sido así desde la primera vez”. Su primera vez profesional fue hace casi veinte años en la serie Un paso adelante, aunque la cosa venía de más atrás. “Me dicen que aprendí a hablar cantando. No me he hecho artista. Desde que tengo uso de razón no he querido hacer otra cosa. Creo profundamente en el poder del teatro, del cine, de la música. No me dedico a esto. Es lo que soy. Y, claro, aquellas primeras películas de Almodóvar te cambiaban la vida”. Aquellas que ahora, en estos tiempos de gente siempre ofendida por algo, igual ya ni se podrían hacer. “Pero soy uno de los que se pringa. O por lo menos me pongo a ello y me doy mucha rabia de mí mismo cuando noto la tentación de no hacer algo por el qué dirán”. Se pensaría que alguien de vida tan almodovariana, según subraya entre risas, debería estar de vuelta del deseo de agradar tan propio del artista. Pues no.
“Y estoy en lucha permanente con eso. Y aun así, ahí está. Digo que mis primeros años son muy ‘a lo Almodóvar’ por aventureros, muy canallas, muy underground, ahí encontré mi concepto de expresar más allá de lo obvio, de buscar la belleza donde no se la espera. No se pueden contar a las personas sin buscarles las esquinas. Y los primeros años lo son todo. Son el aprendizaje. No llegué a Madrid hasta los 27; estuve dando tumbos por Bilbao, donde nací, por el norte con bandas de rock, viviendo en casas abandonadas, haciendo teatro de calle y pasando la gorra. Con 18 años estuve unos meses trabajando en un sex shop, eso fue como estudiar una carrera…”.
Ya tiene cuarenta… “y dos”, apunta. Y acaba de autopublicarse su primer disco, Mastodonte, que presenta estos días de gira, y que le ha devuelto al vía crucis de las puertas cerradas. “Es muy bizarro esto de la música si quieres hacer las cosas con tu criterio, pero ya me da igual. En realidad me hace muy feliz todo lo que está pasando porque tengo la fortaleza para encararlo y la mochila suficiente y el engranaje preparado para acompañar a Pedro [Almodóvar] en este ejercicio de sinceridad que supone una película que habla de cerrar círculos; que habla de pedir perdón y de perdonar”. Por lo demás, está “a la hora”; sin estrategias. Sin hacerle a su carrera la cuenta de la vieja. “Solo me da miedo que el cuerpo me deje de acompañar o que me coma la apatía. Pero lo veo muy improbable porque cada día se me ocurre una cosa nueva y me tengo que parar los pies yo mismo porque vuelvo loco a todo el mundo. ¿Qué le voy a hacer si me gusta el rock and roll?”.
“Tengo la fortaleza para acompañar a Pedro en el ejercicio de sinceridad que supone esta película que habla de cerrar círculos y pedir perdón”
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