Nada que ver con la clásica historia del futbolista y la modelo. A la filosofía Puyol, humildad ante el éxito, fuerza ante el fracaso, se suma la de Lorenzo: “Hay que saber bajarse de los tacones”.
Carles Puyol me abre la puerta; va descalzo y lleva el pelo más largo desde que dejó el fútbol. “Antes de jugar un partido no puedes estar arreglándote, mirándote al espejo. ¿Ves estas mechas? Cuando jugaba me las cortaba con unas tijeras y punto. Yo no soy de ponerme cintas ni nada”. Vanesa Lorenzo acaba de llegar de una sesión de fotos. Lleva media cara maquillada de blanco, estilo geisha. La pintura acentúa su aire aniñado. Sus dos hijas, Manuela, 3 años, y María, de 1, se le enroscan al cuerpo, son niñas de anuncio. A diferencia de su pareja, ella siempre ha tenido que arreglarse y mirarse al espejo antes de salir a jugar… al plató. Todos andan por la casa como si fueran ardillas. Ligeros, gráciles, llevan encendido el motor de la alegría.
Puyol ha sido fiel a un solo club en toda su trayectoria: patrimonio del primer equipo del F.C. Barcelona durante 15 temporadas. El mejor defensa central del mundo en su momento y uno de los más brillantes de la historia, según la FIFA. Desde los 19 años se despertaba feliz por hacer lo que más le gustaba: entrenar y jugar a fútbol. Atleta de excepción, con una ética de hierro, ha sido hombre de pocas palabras. En las ruedas de prensa, su objetivo consistía en no dar ningún titular. Ante todo discreción, y la libertad para entrenar sin presiones, entregado a la defensa hercúlea de una portería. Concentración, compromiso absoluto y fuerza explosiva, aseguran los médicos, técnicos y entrenadores que lo han conocido. Hasta que la rodilla derecha lo fulminó.
Vanesa Lorenzo, 15 años como modelo de referencia en el mercado norteamericano, y nacional, símbolo del nuevo canon estético de finales de los noventa, camaleónica y luminosa. Posó para Helmut Newton en Mónaco: “Lo recuerdo como un monólogo, él era muy narcisista, se dirigía a la modelo como a un maniquí, con un lenguaje de antes. La experiencia con Steven Meisel fue muy distinta, también frío, pero un profesional para admirar. Otros grandes me regalaron experiencias maravillosas, como Arthur Elgort o Michael Thomson”. De niña fue bailarina; rodaba spots, hasta que Ferrater se empeñó en fotografiarla –aunque estuviera en la sección infantil de la agencia– para un editorial. Luego vivió en París y a los 20 años dio el salto a Nueva York. “Fue una ciudad más amable que París, me enamoró y me quedé. Me convertí en una chica del Downtown, vivía en Nolita, allí descubrí el yoga y lo practicaba en el centro Jivamukti. El yoga me ha enseñado a respetar mi cuerpo y a escucharlo tanto física como mental y emocionalmente”.
Parejas de futbolistas y modelos. Todo un clásico. Pero la suya no es la típica historia. Tampoco su casa se ajusta al tópico. No hay lugar para el barroco: espacios diáfanos, muebles minimalistas, una silla Eames que ella le regaló, y en la cocina: profusión de semillas, granos, cereales, hierbas y verduras. Vanesa se ha convertido en gurú del yoga. Su libro Yoga, un estilo de vida (Planeta, 2016) va por la quinta edición. Ambos comparten la misma pasión por la vida y la alimentación saludable. Ambos tienen los ojos azules. De pequeños los dos eran rubios. Llevan cuatro años juntos, tienen dos hijas, y mientras los entrevisto mantienen el roce: ella sostiene el iPhone que graba la conversación; él, al cabo de un rato, se lo coge delicadamente de las manos y lo deja encima de la mesa. Ella le acaricia la mejilla, se cogen la mano. Al evocar sus primeros recuerdos se ríen, se seducen. Están tan cerca el uno del otro que te sientes fuera de escena. Los contemplo en silencio. No son medias naranjas, son una naranja al cuadrado.
Ambos compartís orígenes humildes…
Vanesa Lorenzo: La mía es una familia muy normal: mi padre trabajaba en hostelería y mi madre era ama de casa. Nunca faltó de nada, pero no hubo lujos. Crecí en la austeridad.
Carles Puyol: Esto me lo puedes poner a mí también.
V.L. : Recuerdo una infancia de sensaciones placenteras, pero no hubo abundancia material: nunca tuve aquella bici que soñé, pero recuerdo mucho sol. Hemos disfrutado, aunque en casa nunca he visto derroche. Mis padres se organizaban para llegar a fin de mes.
C.P. : Que justo ahora es el reto que tenemos con nuestras hijas…
V.L. Sí, ambos creemos que la educación en la austeridad enseña a luchar por lo que deseas, a trasladar valores, a disfrutar de las pequeñas cosas. Así crecimos nosotros.
A los dos os dieron la primera gran oportunidad a los 17 años: Carles, en el Barça, con Van Gaal, mientras que Vanesa debutaba como modelo en París.
V.L.: Sí, era un tipo de niña: cabellera rubia, ojos azules… Me sentía cómoda delante de la cámara. Me divertía. El mío era un perfil distinto al que se llevaba, todas eran de metro setenta y siete para arriba, pero cuando tenía 20 años llegó el fenómeno Kate Moss, y debuté en París con una campaña para Pepe Jeans. Y ya no paré: Bloomingdale’s, Barney’s, GAP, Victoria’s Secret, Sports Ilustrated…
C.P.: Yo también era bajito. Mido 1,78 m y para un defensa central no es lo habitual.
V.L.: Éramos unos bajitos y aún no creían en nosotros [risas].
Carles, ¿qué significa ser líder en el vestuario?
C.P.: Piensa que hay 25 jugadores, 25 egos juntos. Todos se sienten los mejores y quieren jugar. Y ahí están los pobres entrenadores para gestionar eso. Complicado. Hay que hacer entender que las normas son iguales para todos. Humildad ante el éxito y fuerza ante el fracaso. Es el mensaje que transmito a los jugadores que represento. Con Iván de la Peña he creado una representación de futbolistas jóvenes, pero vamos más allá, actuamos como mentores enseñándoles a gestionar la presión, la relación con la prensa. También es definitivo controlar el ego: “Un jugador gana partidos, pero un equipo gana campeonatos”, decía Michael Jordan, y no perder el foco. El motor: la pasión por el fútbol.
Siempre se ha destacado tu carisma: si un jugador le enseñaba al árbitro un mechero en el campo, tú mediabas para que siguiera el juego. ¿Eres un facilitador, como Vanesa?
C.P.: Creo que ella es más fácil que yo; es más alegre, más positiva,yo soy más cerrado. Vivía con una coraza puesta, siempre con una idea clara de lo que tenía que hacer. Me guardaba mucho de conocer gente nueva: nunca sabes las verdaderas intenciones.
¿Tenías filtros?
C.P.: El filtro era yo mismo. Soy de blancos o negros.
V.L.: Yo soy de colores, como la moda… Quizá el ámbito del fútbol sea más cerrado, la gente de la moda es más expansiva, se aceptan todo tipo de inclinaciones sexuales, no hay tantos prejuicios…
C.P.: Que conste que yo respeto todas las inclinaciones sexuales, pero es verdad que el mundo del fútbol es muy masculino, más cerrado pero no homófobo.
¿Y racista?
No. Hay mucha ignorancia, gente que va al campo a desahogarse y ataca con lo que pueden… Los jugadores no lo vivimos así, en el campo no hay razas, somos todos iguales.
Un recuerdo de vuestra infancia.
C.P.: En la Pobla de Segur. Lo primero que recuerdo es el campo de fútbol, y después montañas y libertad. Frío en invierno. Una estufa de leña: en mi casa eran payeses. Yo sólo pensaba en jugar al fútbol.
V.L.: Nací en Badalona, de mi infancia recuerdo olores del Mediterráneo y de la masía de mis yayos en Girona. El olor de las higueras, de los huevos fritos de corral y de las patatas fritas que cortaba en rodajas mi yaya. Siempre te lo digo, Carles, el olor del pino mediterráneo me causa una sensación de felicidad bestial.
… y un día os presentan. ¿Cómo ocurre?
C.P.: Yo salía de una operación de rodilla y estaba hecho mierda. Mi amigo, el doctor Toni Tramullas, me dijo que quería presentarme a alguien. Le dije que no, que no tenía ganas de nada. Llegó a decirme el nombre de Vanesa, pero no sabía quién era. Pensé: “Una modelo, ¡buf!”. Pero después de conocerla me quedé pillado.
V.L.: Yo no quería líos, buscaba estabilidad. Llevaba 15 años viviendo en Nueva York. Antes de entrar al restaurante Petit Comité, nuestro amigo me dijo: “Es futbolista, y puede ser el hombre de tu vida”. Y yo le contesté: “¿Yo con un futbolista? No me conoces lo suficiente”. Ambos teníamos el mismo prejuicio. Era el 18 de diciembre, el 22 ya pidió mi teléfono y me invitó a tomar algo. Se subió en mi coche y yo le dije: “Oye, yo me voy a mi casa”.
C.P.: Yo sólo quería que me dejara en la mía, porque no conozco bien Barcelona.
V.L.: Y yo pensé: “Los futbolistas son muy rapiditos con las chicas, pero conmigo no”.
C.P.: Volvimos a quedar. Recuerdo sobre todo su sonrisa. Y yo lo que necesitaba era alegría.
V.L.: Y ya no nos separamos. En enero nos fuimos a vivir juntos. En realidad sus manos y su sencillez me enamoraron desde el primer día. Había encontrado lo que siempre había querido: un compañero de viaje, una persona de verdad, sin dobleces.
¿Os habéis cambiado el uno al otro?
C.P.: ¡Mucho!
V.L.: El estilismo, para empezar.
C.P.: ¡Seguro! En cuanto pudo me cambió medio armario, también soy fácil en eso. A mí, Vanesa me ha hecho crecer, ahora soy más observador y cosmopolita.
V.L.: Lo que nos une es querer y aceptar al otro tal y como es, quererlo y aceptarlo.
Carles, ¿quién ha sido tu mentor?
No lo he tenido porque empecé muy tarde. Mi historia es bastante atípica: comencé a jugar a fútbol de verdad con 15 años, y con esa edad los chavales ya suelen llevar ocho años jugando. De la última categoría juvenil en La Pobla pasé a división de honor juvenil del F.C. Barcelona. Un salto enorme. Me probaron un mes. Lo disfrutaba. Yo era un enfermo del Barça.
¿Sigues siéndolo?
Sí, pero ahora ceno. Antes, cuando perdían, no. Era un drama. No tuve mentores pero sí grandes entrenadores: como persona, me quedaría con Rijkaard. En cuanto al fútbol, vivimos la mejor época con Guardiola. Aprendimos lo influyente que puede ser un entrenador con un concepto más moderno del fútbol a escala global.
Aunque fuera más duro…
Para mí no, no me tenía que exigir nada. Él quiere entrenamientos cortos y máxima intensidad. Entrenadores así te alargan la carrera…
Y la tuya ha sido larga…
Para mí corta… Yo, en vez de estar haciendo esta entrevista ahora seguiría jugando. Pero las lesiones me lo impidieron. Al final todo es consecuencia de mi forma de ser: yo lo daba todo, podía haber dosificado, pensar más en mí, pero me entrego.
¿Y tú, Vanesa?
Yo también soy de las que se entrega: si no, te quedas a medias.
¿Queríais una familia?
C.P.: Sí, yo soy muy familiar, siempre quise estabilidad.
V.L.: Cuando nos conocimos tenía muy claro lo que no quería… Buscaba honestidad, compromiso y respeto por encima de todo.
¿Y masculinidad?
V.L.: Sí [risas]. Pero si me compensaba, si no prefería estar sola.
Ambos tenéis un proyecto de vida en común y sois empresarios.
C.P.: A mí Vanesa me ha ayudado mucho a abrirme: sin ella no habría hecho esta sesión de fotos ni borracho. ¡Lo que hace el amor, soy muy tímido! Yo, en cambio, la ayudo en la puntualidad; en la vida privada, ella necesitaría días de 48 horas.
V.L.: Gestiono el tiempo fatal, tú lo haces mucho mejor. Tanto en el fútbol como en la moda te jubilan cuando aún eres muy joven, por eso hice un parón en mi carrera de modelo, cuando estaba en pleno auge, para estudiar diseño de moda, mis agencias no encajaron bien que priorizara tres años de estudio.
C.P.: Pero en cambio ella me ha organizado a mí. Yo he jugado al fútbol toda mi vida, luego te tienes que reciclar. Vanesa me dijo: “Tú hablabas en el campo, ahora no tienes ese altavoz”. Y me animó a valorar y contar mi experiencia en foros internacionales y a colaborar con la Fundación de Carlos Slim.
V.L.: Carles tiene mensajes maravillosos que compartir, es un referente para los niños que se acercan al fútbol.
C.P.: Ella es mi coaching y mi todo.
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